Julio Martínez Molina
No tan conocido como el apotegma de Ernesto Guevara, “el cuadro es la columna vertebral de la Revolución”, resulta el siguiente pensamiento de Fidel: “La eficiencia, la política y la conciencia en cada colectivo o entidad dependerá en buena medida de la decisiva actuación de los que dirigen”. La frase acompañó un reciente encuentro de Esteban Lazo con el entramado empresarial de Cienfuegos, donde el Presidente del Gobierno dijo la siguiente verdad clásica: “Todo andará en el lugar acorde a cómo ande el cuadro”.
Escasas fechas antes, también en nuestra ciudad, el Ministro de Energía y Minas, Alfredo López, subrayó la extraordinaria importancia del dirigente en las empresas cubanas, en tanto ente rector, delineador y controlador.
Desde 1993, cuando inicié la andadura profesional, hasta hoy, hemos trabado contacto con muchos cuadros que fueron o son verdaderos modelos de conducta, trabajo, profesionalidad. En la esfera del Partido, la organización política que nos dirige de forma directa, la norma es el dirigente abnegado, con un sacrificio dirigido hacia la causa del pueblo, sin escatimar horas al servicio del bien público. Son personas que se quitan considerable segmento de su tiempo con la familia para resolver problemas que atañen a la comunidad. Gente merecedora de todo respeto.
Uno de dichos seres humanos, por quien profeso especial cariño y admiración, me obsequió una Filosofía de Trabajo, suerte de decálogo de cómo hacer las cosas bien, donde se refleja el propio accionar de ellos (y otros miles de dirigentes, de todos los niveles, sistemas, sectores y organizaciones del país, ejemplos de rectitud, capacidad y honradez). Dicho texto aconseja acciones tan esenciales como estas: “escuchar y dar información; sensibilidad humana ante los problemas de la población; integralidad; pensar; argumentar; investigar; evaluar; inteligencia colectiva para la toma de decisiones; dignificar la palabra cumplir con trabajo y eficiencia; vinculación permanente con la base; diálogo y debate; no dejar espacios vacíos; no ingenuidad; no impunidad…”.
Un volumen considerable de los dirigentes cubanos procede así, y no solo de la esfera ideológica. Pero también existe el jefe corrupto, el insensible, quien esquilma los recursos del pueblo, el abusador, el jactancioso, el presuntuoso.
Además de grandes casos de corrupción dados a conocer en los medios, todos los años se registran otros, ante la ausencia de verificación, control y la incidencia (o contubernio) del propio colectivo trabajador con las malas prácticas. A veces son tan escandalosos los sucesos que la pregunta lógica es la siguiente: ¿pero acaso estaban ciegos en dicha empresa?
No a todos, pero el poder embriaga y alarga los brazos para destapar cajas de Pandora repletas de tentaciones inimaginables contra las cuales no siempre obra la contención. Cuando se habla de nuestros hechos de corrupción en la prensa del exterior, suele justificarse con la difícil situación económica de Cuba, e indudablemente ello incide en alguna medida, pero se trata de un fenómeno mundial, dable cada día en los centros de poder del primer mundo e inherente a la naturaleza de algunos seres humanos. Todos atraviesan aquí la misma circunstancia económica, pero la menor parte es la que se deja corromper. Mas esas ovejas negras empalidecen la labor limpia y noble de muchos justos ante la sociedad, y justo ahí radica su mayor crimen: en enlodar el nombre de una estructura de dirección creada para servir al pueblo y no para medrar.
De todo hay en la Viña del Señor; así en la Cuba actual existen corruptos de todo género, quienes operan con métodos propios de la mafia: recogen su dinero semanal de las recaudaciones de los centros bajo su órbita (del acumulado por concepto de robo al pueblo y por arriba del plan de ventas, claro está); venden plazas en puestos con posibilidades de “resolver”; ejercen de forma maquiavélica el tráfico de influencias; construyen mansiones para sus amantes y las llevan de vacaciones a los Cayo con la plata robada…
Nada de esto sucediera si se controlara con rigor y eficacia lo de verdad grande (por donde puede desangrarse la economía) y no derrocháramos tantísimo tiempo en la bobería burocrática y en chequeos surrealistas a la florecita de siete colores, la curvatura del disco volador, el pie del ciempiés y en tanta hojarasca que nos quita de vista el árbol podrido, en su justa dimensión.
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