Dice Baby Lores que tiene “el arte de aprovechar la oportunidad”, y quiero entender sus palabras en el buen sentido. Aprovechó el seguimiento morboso que sus fanes hacían de una aparente o real desavenencia con El Insurrecto, su ex socio –como se hace en el negocio internacional de la música–, para vender a cien fulas la real o supuesta reconciliación de ambos en el Salón Rojo del Capri. El talento para vender no siempre coincide con el de componer canciones, aunque a veces sí. Pero eso es agua pasada. La Calle del Medio lo entrevistó en junio de 2008 y en julio de ese año comentó su insólita afirmación de que se había propuesto reunir a “la gente VIP” de La Habana. Como si ser importante en Cuba tuviese algo que ver con la capacidad adquisitiva de una persona.
Pasó el tiempo, y Baby Lores empezó a compartir escenario con autores e intérpretes de mayor calidad. A diferencia de otros reguetoneros, él se había formado en un emblemático proyecto musical educativo de Cienfuegos: Ismaelillo. En ese proceso de redefinición, dio un paso inusual, diría que sorpresivo: se tatuó el rostro de Fidel en un hombro. Muchos dudaron de su sinceridad, pero La Calle del Medio lo defendió. Si era un acto oportunista, la propia vida lo juzgaría. Ahora, una publicación digital denominada On Cuba –cuyo perfil editorial se construye desde el cinismo– lo entrevista. Es cierto que las preguntas mantienen cierto tono irónico, pero el contexto editorial no propicia una lectura crítica (crítica del capitalismo, del “todo vale” y de sus manifestaciones individuales en Cuba) a partir de sus desenfadadas respuestas.
Baby Lores siente que tiene que regresar al más puro reguetón: “Tú puedes estar cantando con Pablo Milanés, que si no estás sonando en las discotecas, la gente en la calle te dice que estás ‘apagado’. ¡Fíjate qué cosa! ¿Por qué? Porque no les estás dando lo que ellos quieren”. Y en otra de sus respuestas canónicas, afirma categórico: “Para mí la fama lo es todo”. Expone con naturalidad su “drama”: “Por desgracia no tuve primos o tíos en Miami que me mandaran zapatos. Yo veía que a todos mis amiguitos les mandaban algo. Y yo decía: ¿Por qué no aparece un primo aunque sea lejano?”.
Como en el 2008, vuelve a confundir el éxito con las ganancias, porque cree que tener y ostentar (especular, en el argot cubano) define lo que se es. Dice: "Una vez un periódico me criticó diciendo que cómo yo iba a hablar de Revolución, si andaba en un Mercedes Benz, con los últimos Nike del mercado y una cadena de más de 15 mil dólares en el cuello. Esa es mi forma de protestar. Marcar la diferencia en una sociedad es ya una protesta, aunque sea solo desde lo visual. En Puerto Rico es normal que te pase por al lado un Ferrari, un tipo con una prenda, con un traje caro o con un celular moderno. En Cuba no lo es. El poder salir de la pobreza con nuestro reguetón, y darle a la gente la esperanza de que nosotros, a base de talento, pudimos hacerlo, demuestra que sí se puede.
Bueno, bueno. Creo recordar que Sotomayor, el imbatible recordista mundial de salto de altura, en cierta ocasión obtuvo como premio un Mercedes Benz del año. El problema es que Sotomayor es Sotomayor con o sin carro –no es VIP porque tenga una marca de carro, ni siquiera porque tenga carro–, y cuando saltaba, no estaba pensando en el Mercedes. Baby Lores revela una faceta importante de su personalidad, es un prisionero de las marcas, de las cosas. Los zapatos que deseaba, los que no pudo tener, no son unos cómodos y bonitos –no importa si caros o baratos–; son “los últimos Nike del mercado”. Si tiene 15 mil dólares, necesita colgárselos al cuello aunque camine de medio lado. Está instalado, probablemente sin saberlo, en la cultura del tener: las personas valen por lo que tienen y por lo que muestran. Seguir de manera mimética las exigencias de la cultura del tener –que es la oficial, la dominante en el mundo–, en una sociedad alternativa que no repudia el dinero que se gana con honestidad y talento, pero que se sustenta en la cultura del ser, ¿es su manera de protestar? Tengo el derecho de creerme que soy lo que tengo, lo que me pongo, diría él. Por cada Ferrari que circula en las calles de cualquier ciudad del mundo, diría Calle 13, hay mucho más que “un niño en la calle”. Y los de Puerto Rico, en bancarrota por cierto, sobran. Precisamente, ser como ese Puerto Rico colonial, es lo que no queremos. (Tomado del blog del autor, que lo reproduce del No. 91 de La Calle del Medio, publicación impresa que dirige)
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