Julio Martínez Molina
Dentro de unas horas comenzará el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba. Tenía cinco años cuando un Fidel de seis pies, barba negra, marcial apostura y gallardos ademanes hablaba a los delegados y concluía ante el pueblo las sesiones del primero de estos encuentros de la organización.
Ley de vida, irremediable sino de la biología, ellos, los líderes de la generación histórica, envejecieron, como lo hacemos todos. Ya no son los mismos en el aspecto físico, pero continúan siendo los mismos en el concepto madre para los cubanos de defender la soberanía nacional y mantener los principios y objetivos por los cuales se gestaron luchas populares a partir del año 1868.
El Partido, su Partido, nuestro Partido sigue siendo el mismo en aspecto semejante, indiscutible en tanto supervivencia de nación. Y la mayoría de nuestro pueblo -igualmente- sigue siendo el mismo en cuanto no puede darse el lujo suicida de ser distinto. Las transformaciones económicas, las aperturas, la rectificación de errores, cualquier modulación en el plano que fuere no riñen, no reñirán con la idea cenital de que Cuba es de nosotros, los cubanos. Si eso se extravía alguna vez, apaga y vamos; no hay mañana digno e íntegro.
Antes de 1959 lo más parecido al socialismo fue, siglos atrás, la comunidad indígena, con su planificación colectiva y el sentido equitativo de la distribución de la riqueza. Sus graciosas majestades quisieron hacer lo suyo en el negocio colonial, luego que su imperio estuviese algo atrasadillo con respecto a las grandes potencias europeas de la época, y nos mandaron a un marino genovés a quien (de creer a Abel Posse en esa delicia literaria que es Esta maldita lujuria) ni los ricos sabores cameros de Beatriz de Bodadilla contuvieron de arribar con sus tres naos repletas de delincuentes y aventureros.
Pobres inditas, pobre padres y parejas. Ni un siboney, ni un taíno, ni casi nada quedó vivo a las pocas décadas de la colonización. Jagua, con Padre Las Casas, tuvo un pequeño reducto de protección, pero ello no bastaría para que eliminasen a tres millones de nuestros ancestros. Un genocidio que luego continuaría ese exterminador pre hitleriano, pre-Arnold, llamado Valeriano Weyler. Con ellos, con los señores de la Madre Patria, tuvo el continente americano, el mundo, la premier adelantada de los campos de concentración nazis. De solo recordar lastima, hiere, el episodio ruin de la esclavitud, además.
Joya del Golfo, llave del Caribe, la bella de las Antillas tenía arriba a un águila calva con precoces ambiciones territoriales. Estuvimos entre el ojo y su pico desde que nos advirtieron en el mapa. Nos tomaron con derecho de pernada en 1902, luego del Maine -de sus primeros pretextos autogestionados, mucho antes de Pearl Harbor y el 11S-, la Guerra Hispano Cubano Americana, el arreglo parisién, el senador Platt y toda aquella sarta de engañifas.
Fuimos llamados “el burdel del Caribe” hasta 1958. Aquí no solo venían a implantar sus negocios de casinos, prostitución y droga los capomafias. Las corporaciones estadounidenses, por su lado, sodomizaron a Cuba. Y en el plano individual, verbigracia, las señoras calentorras de Miami tomaban el avión mañanero y luego del almuerzo habanero se dirigían a ciertas casas donde jovencitos de diferentes razas le evacuaban las apetencias no cumplidas por sus viejos esposos yanquis, tan absortos en el whisky, el tabaco cubano y también, cómo no y a su vez, en las jovencitas.
La corrupción política hizo metástasis. A los verdaderamente puros no les quedaba más remedio que meterse un disparo en directo, ante el pueblo de Cuba. Los jóvenes cansados de ver como sus compañeros aparecían muertos, sin ojos y sin genitales, en los callejones, tomaron emisoras y palacios. La Generación del Centenario quiso eliminar el convite de los gobernantes cubanos y la embajada americana, desde donde le dictaban la agenda.
Por eliminar esa porquería, por devolver la dignidad a un pueblo mangoneado, esquilmado y abusado desde los tiempos de los indios se hizo una Revolución. Para defender esa Revolución, un concepto de nación independiente, se creó un Partido de bases martianas cuyo sentido y deber debe identificarse, nunca perderse de vista, por las nuevas generaciones.
La principal misión ideológica de los futuros dirigentes de este país será mantener enhiestos nuestros principios ideológicos bases: su tarea esencial, de conjunto con el anhelado e impostergable impulso de la economía nacional.
- Dossier sobre los seis anteriores congresos del PCC
No hay comentarios:
Publicar un comentario