David Brooks y J. Jaime Hdez*
Tras el fin del espectáculo en las Convenciones Demócrata y Republicana, con fuegos artificiales y globos multicolores (ya se sabe que no hay Convención sin globos), los ciudadanos dentro y fuera de Estados Unidos hemos podido constatar los universos paralelos que siguen dividiendo a quienes se identifican con los elefantes y los asnos.
De un lado, tenemos el universo de los elefantes que, por un capricho de la historia, ha secuestrado Donald Trump, un magnate del sector inmobiliario que se ha reciclado como un aficionado (muy peligroso por cierto) de la política.
Durante la Convención Republicana en Cleveland, Ohio, Trump nos mostró su mundo oscuro, desesperanzado y hostil. Uno que necesita urgentemente de un líder providencial. De ese defensor de la patria, de las mujeres y los niños (blancos por supuesto) que se ha empeñado en erigir un muro en la frontera con México y, al mismo tiempo, bajarse del autobús de la globalización y los tratados comerciales para inaugurar una era de aislamiento, guerras y autarquía.
De otro lado, tenemos el universo de los asnos, donde Hillary Clinton ha sido proclamada su reina. Durante cuatro días pudimos observar en Filadelfia, un mundo donde sólo se construyen puentes y donde los muros han sido desterrados (Bueno, con excepción del que ya existe en el Río Bravo). Donde el día dura más que la noche, donde los niños juegan confiados en un futuro promisorio y a donde, a los inmigrantes indocumentados, todavía se les sigue prometiendo que, alguuuuuún día de estos, se convertirán en ciudadanos; que podrán ser libres de rezar al Dios de sus ancestros y sumarán su cultura y señas de identidad al gran crisol de razas que es EEUU.
En los últimos cuatro días asistimos, en el universo de los asnos, al nacimiento de la primera mujer que ha llegado dispuesta a disputar las riendas de la presidencia. Un hecho histórico, sin duda alguna, pero inexplicable cuando un total de 52 naciones “menos desarrolladas” que EEUU —según el World Economic Forum Gender Gap Report 2015— ya han pasado por la experiencia de elegir a una mujer como su jefa de Estado.
Con un traje blanco y una sonrisa llena de promesas, Hillary se convirtió esta semana en la heroína de la película dispuesta a enfrentar la amenaza del “lado oscuro”.
Ya se sabe que las campañas presidenciales en EEUU son una puesta en escena. Y que la historia no se aprende en los libros, sino en las producciones cinematográficas de Hollywood.
De ahí la importancia de elegir bien la coreografía y la retórica adecuadas para lanzarse en esa lucha de cada cuatro años por la mente y el corazón de los estadounidenses para convertirse en el futuro inquilino de la Casa Blanca y poder izar, al lado de la bandera de las barras y las estrellas, la insignia del burro o el elefante.
Por el momento, creemos que los demócratas, es decir, los asnos, han ganado la guerra de la retórica. Y ello, gracias a la habilidad y a la astucia de Bill Clinton; a la grandilocuencia de Michelle Obama y a la vena visionaria de Barack Obama. Fue precisamente Obama el que recurrió al viejo mensaje de Ronald Reagan (si un presidente republicano) para recordar que sigue siendo de día en Estados Unidos, mientras que en el universo de Trump es de noche.
Donald Trump, un genio de la publicidad, ha perdido en el primer asalto y en su propio terreno. Los demócratas han conseguido arrebatarle la bandera del optimismo para convertirle en el señor de las tinieblas y la desesperanza.
En 1928, el entonces candidato republicano a la presidencia, Herbert Hoover, eligió como frase de campaña: “Un pollo en cada cazuela y un coche en cada garaje”. El lema se coló de inmediato entre aquellos electores acostumbrados a votar con el bolsillo, antes que con el corazón.
En 1968, Richard Nixon eligió como frase “Nixon´s The One”, algo así como “Nixon el único”. Ya sabemos como terminó la presidencia de Richard Nixon tras el escándalo del Watergate. Su megalomanía y su falta de auto control, al final, le costaron el cargo.
Eso es lo malo de los megalómanos como Nixon o Donald Trump. Al final, siempre terminan tropezando consigo mismos.
Joe Scarborough, un popular presentador de televisión de la cadena MSNBC y ex congresista republicano por el Estado de Florida, lamentó esta semana que Donald Trump se siga empeñando en consumirse políticamente mientras habla de sí mismo:
“Todo se reduce a las pequeñas peleas. A lo que dicen las encuestas. A insultar a todo mundo. A hablar de sí mismo e insistir en lo grandioso que es”.
¿Será capaz de cambiar Donald Trump ahora que se inicia la fase decisiva de la lucha por la presidencia?.
Francamente lo dudamos porque, hasta ahora, el éxito de Trump ha sido su capacidad para incitar al odio racial, para explotar las inseguridades y las ansiedades de los ciudadanos agitando el espantajo de la desesperanza y la amenaza terrorista.
¿Significa esto que Hillary Clinton tiene la victoria en el bolsillo?. La respuesta es no.
Robert Baer, ex operador de la CIA, alguna vez me dijo que el gran recurso de los políticos es el miedo: “la gente es estúpida. Y los políticos lo saben. Si asustas lo suficiente a la gente y te presentas como su salvador, muchos saldrán a votar por tí”.
¿Será por eso que Hillary Clinton insistió en su gran noche de aclamación como candidata demócrata a la presidencia que, “como solía decir Franklin Roosevelt; a lo único que hay que temer es al miedo mismo”?.
Veremos si acaso esta frase, que repetirá como mantra, le sirve de antídoto frente a ese amo de las tinieblas que es Donald Trump, en el inicio de la fase más crucial de la lucha por la presidencia.
Veremos cual de los dos universos, el de los elefantes o el de los asnos, será capaz de hacer ondear su estandarte en la Casa Blanca en enero del 2017.
(*) Coeditores del blog Bravo: Norte/Sur, que publica el diario La Jornada
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