En el epicentro más sensible permanecen las víctimas, a quienes nada les devolverá a sus desaparecidos, el regreso a sus hogares o los bienes perdidos. /Foto: Sputniknews |
Un 50,21 por ciento de los votantes colombianos marcaron su boleta en contra de lo esperado por el mundo. El tema ha tenido varias interpretaciones, no siempre acertadas.
Cuando los colombianos fueron a las urnas el domingo pasado, lo hicieron para mostrar su posición respecto al acuerdo —entiéndase términos, conceptos, disposiciones, beneficios—, no por su finalidad mayor: la paz. Aunque suene contradictorio para quienes miramos el proceso desde fuera, ellos coinciden en el deseo de cerrar cinco décadas de conflicto armado; mas no comparten las opciones del cómo.“LA PAZ SÍ, PERO NO ASÍ”, #SiALaPazPeroEstaNo, se convirtieron en tendencias en las redes sociales antes, durante y después de la votación.
A las desavenencias se sumó la desconfianza: “el presidente no puede decir se acabó la guerra, se acabaron los secuestros, se acabó la inseguridad y que Colombia será un país mágico”, sostenían los partidarios del No. En medio de ese argumento están los años anclados a desgracias familiares, muertes, secuestros, profundas laceraciones, de uno y otro lado.
Los resultados de la consulta popular demostraron la división interna. O lo que nos parece peor: más del 60 por ciento de la población se abstuvo de pronunciarse sobre un tema de la mayor pertinencia y prioridad para el país.
“Una de las preguntas recurrentes en la opinión pública cubana es el por qué del plebiscito, si días antes el acuerdo había sido firmado con la presencia de altos mandatarios del orbe. A todas luces resultó un gesto democrático, pero no parecía cambiar el curso de los acontecimientos.
“Fue una decisión sensata para medir hasta qué punto podían las partes contar con el apoyo ciudadano en la implementación de muchas reformas complejas que tocan el campo, la criminalidad, la participación política, la reparación de las víctimas, las investigaciones a máximos responsables de crímenes internacionales”, agregó Gómez-Suárez.
Los defensores del No, por su parte, sostuvieron que “citaron a presidentes de todo el mundo a firmar un acuerdo que los colombianos estábamos estudiando; ¿por qué no hacerlo cuando ya se tuvieran las certezas? Ahora el mundo dice que los colombianos queremos vivir en guerra y nada más lejos de la verdad”.
Como nunca antes, el Vaticano, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Unión Europea, la OEA y todos los gobiernos de la región apoyaron el proceso. Sin embargo, su acuerdo final es profundamente difícil de comprender en pocas semanas (297 páginas).
“El problema radicó en los tiempos de la refrendación, acota el politólogo. Fue demasiado corto el tiempo para hacer pedagogía (…) En la última semana el gobierno y las Farc realizaron la firma del Acuerdo Final en Cartagena y eso fue leído por muchos colombianos como una confirmación de que ganaba el Sí. Muchos votaron por el No para expresar descontento”.
Infografía: Arí Bayolo |
Ante la complejidad de la negociación, el gobierno de Juan Manuel Santos alegó conseguir el mejor acuerdo posible tras cuatro años de conversaciones. Según la Corte Penal Internacional, este satisface las exigencias de justicia. Solo bajo estas condiciones, y después de tres intentos fallidos en los últimos 30 años, la guerrilla de las Farc aceptó desmovilizarse, entregar sus armas y someterse a la justicia transicional.
El nuevo escenario le devuelve protagonismo al expresidente Álvaro Uribe, defensor del No y hasta entonces excluido de la mesa de diálogo. Así, cada bando equipara representativos, siendo ahora el binomio Uribe-Santos la cara mediática del conflicto.
“Santos es un gobernante racional, busca convencer argumentativamente desde un enfoque técnico su política pública. A Uribe no le interesa ser preciso, usa expresiones coloquiales y repite varias veces las mismas frases para que sus oyentes reciban el mensaje. Mientras Uribe se exponía a la plaza pública, Santos delegó el tema al equipo negociador y a la sociedad civil. Fue una decisión acertada, pero le faltó encontrar a unos grandes traductores emocionales de los acuerdos, se quedó con las explicaciones del equipo negociador. Este equipo no podía contrarrestar a Uribe emocionalmente”, destacó Gómez-Suárez.
En el epicentro más sensible permanecen las víctimas, a quienes nada les devolverá a sus desaparecidos, el regreso a sus hogares o los bienes perdidos. Aun así, muchas respaldaron el Sí con el objetivo de poner fin a un enfrentamiento que ha cobrado cerca de 267 mil vidas en cinco décadas.
De momento, el camino futuro para Colombia parece difícil de predecir: “Hay mucha incertidumbre, señala Gómez-Suárez. Se están dando dos situaciones paralelas y complementarias. Por un lado, se realizará una reunión entre el presidente Santos y el expresidente Uribe. Esta reunión debe conducir a una reunión con Timochenko. (…) Será clave para que las partes se comprometan en hacer viable la implementación de los acuerdos.
“Por otra parte, la sociedad civil, está promoviendo acciones en las calles para apoyar la salida negociada al conflicto armado. Los jóvenes y las organizaciones sociales están buscando involucrar a los que votaron Sí y No para hacer una marcha del silencio por la paz. Sin posturas políticas. Si el pacto político no permite refrendar los acuerdos, muy seguramente la movilización social desencadenará la realización de una Asamblea Constituyente”.
Desde dentro, la realidad pude ser mucho más diversa de lo reflejado en los medios, solo los colombianos la comprenden en toda su magnitud. Quizá fracasaron en este consenso político porque el acuerdo fue pactado de forma bilateral y la sociedad civil se involucró tarde en su implementación. Por eso, tras el No de Colombia afloran otras enseñanzas, y demuestra que el proceso comprende a más de dos partes, a más de dos visiones sobre un derecho universal: la paz. (Tomado de 5 de Septiembre)
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