Héctor R. Castillo Toledo
“Los fabricantes tienen un gran deseo de vender”. ¿Qué venden? Bueno, pues no chocolates precisamente. Los empresarios a que hace alusión la frase del director de la Agencia de Defensa, Seguridad y Cooperación de Estados Unidos (DSCA), William Landay, son los grandes señores de la guerra, los sostenes del llamado complejo militar industrial de los Estados Unidos, que este año fiscal (con cierre en septiembre) prevén exportar 46.100 millones de dólares en equipos militares.
Las cifras, bien elocuentes, se explican mucho mejor cuando se añade el dato comparativo respecto al período precedente: 45 por ciento más. ¿Fuente? La agencia del Pentágono encargada de las ventas de armamento, cuyos especialistas añaden una acotación al margen digna de atención: disparada en flecha la creciente demanda de drones, apelativo con el que se conocen en el mundo militar los aviones no tripulados.
A buen entendedor, pocas palabras. Si no hay guerras, no hay ventas. De ahí el interés marcado del imperio por mantener su agresiva política exterior, no ya de cañoneras, cual a comienzos del siglo pasado. Las de ahora, enmarcadas en nuevos escenarios y contra "potenciales" enemigos que según la apreciación de los altos mandos pueden provenir de cualquier parte (lo curioso resulta que casi siempre coincide con sitios donde abundan recursos que demanda el modo de vida americano), requiere de sofisticados artilugios para lograr el dominio en todos los frentes: tierra, mar y aire, pero sobre todo en este último, bajo el concepto de un conflicto de desgaste sistemático cuya prolongación puede variar -las bajas colaterales no cuentan-, hasta asegurar las condiciones propiciatorias para la invasión por tierra y mar con tropas a las cuales se adoctrina en el credo de marchar, ocupar y "pacificar" sin apenas hallar resistencia rival.
Libia y la tenaz resistencia de los seguidores del controvertido líder Muamar el Khadafi son un botón de muestra de cuánto puede variar el llamado períod de ablandamiento sistemático. Poco importa que los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), santificados bajo pabellón "humanitario", hallan provocado ya, según cifras de las Naciones Unidas, un significativo número de víctimas civiles y casi un millón de desplazados.
Pero bueno, regresemos al punto de comienzo. En conferencia de prensa, el director de la DSCA, William Landay, apuntó sobre la posibilidad de que Washington no pueda hacer frente a todos los pedidos, simple y sencillamente porque existe una sobrecarga de trabajo debido a la creciente demanda de aviones no tripulados estadounidenses.
Y ante la tentadora tajada el Pentágono ha diseñado ya sus estrategias de emergencia: hacer frente a los pedidos mediante acuerdos con los Departamentos de Estado y Comercio que permitan aprobar automáticamente las ventas a todos aquellos países con un interés en los artefactos.
“Creemos que los sistemas no tripulados son un área de interés significativo en todo el mundo. Sabemos que los fabricantes estadounidenses tienen un gran deseo de vender”, aseguró Landay, que definió los usos de esas máquinas para tareas de “combate y vigilancia”. Habría que añadir las de asesinatos selectivos, con todo y la mala reputación ganada cuando el vehículo aéreo "confunde" campamentos de refugiados con concentraciones de tropas enemigas.
Los acuerdos previos con otras agencias permitirán acelerar el proceso, según el funcionario, por lo que la DSCA planea proponerlos también para otras ventas de equipos militares, como los sistemas electrónicos.
Entre 2005 y 2010, la Agencia de Defensa, Seguridad y Cooperación de Estados Unidos ha entregado armas y equipos militares por valor de 96.000 millones a países de todo el mundo, según Landay.
“Tenemos un exceso de 13.000 casos activos con más de 165 países e instituciones”, indicó Landay, que calculó que, de procesarse todas las solicitudes antes de que acabe el año fiscal en septiembre, el Pentágono ganaría unos 327.000 millones de dólares adicionales.
Con tamañas ganancias mondas y lirondas, bien difícil de creer que los señores de la guerra deseen un mundo en el cual reinen la paz y la concordia entre los hombres.
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