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miércoles, 31 de agosto de 2011

Perdones, condolencias y despidos no resucitarán a Manolito

Carabineros lleva dentro de sí el germen que
sembró durante años de terror Augusto Pinochet.
Ramón Aguirre González

Tal es la conclusión que pudiera sacar hasta el más inconmovible de los mortales cuando en Página/12 termina de leerse El tiro que mató a Manuel lo tiró un carabinero.
Desde la entrada misma de su nota, Christian Palma, el autor, deja clara su intención de entretejer un manto de exculpación sobre el tristemente célebre cuerpo policial chileno, cuyas energías más mal que bien embridadas durante cuatro mandatos de línea más o menos democrática en la era post Pinochet, han encontrado ahora, al fin, la vuelta al ansiado desenfreno con el derechista Sebastián Piñera al timón de La Moneda.
Dora la píldora desde el instante mismo en que califica como "errores de procedimiento" y remarca entre plecas que el asunto viene a cuento cuando comenzaron las manifestaciones sociales, prácticas represivas que en nada difieren de las que emplearon aquellos Carabineros durante los 16 años de la férrea dictadura militar que dio al traste con el gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende.
Fue demasiado lacerante y profunda la huella del ejército y los carabineros para que ahora se pretenda hacernos pasar como "creíble" la merma de una supuesta "comunión entre los 'pacos', como se llama a la policía en Chile, y la gente".
Es cierto, Christian, esa "relación (...) se agrietó más con la muerte del joven de 16 años, Manuel Gutiérrez, baleado por un carabinero mientras observaba las protestas en forma pacífica el jueves pasado". Es más, te diría que esa brecha jamás la superarán los chilenos, ni aunque pase un siglo y nada suceda en ese lapso entre las personas comunes y aquellos que visten un uniforme policial en la nación que parece asfixiarse en ese abrazo descomunal que desde tiempos incalculablemente remotos se dan Los Andes y el Océano Pacífico.
Así funciona el mecanismo de defensa de los humanos, por elevado que sea el concepto individual o colectivo que se tenga de la capacidad de perdonar. Digo esto y recuerdo a mis decenas de amigos argentinos, la mayoría de ellos de una generación que tampoco vivió los horrores de gente lanzada al mar como hormiguitas desde aviones, de torturas, de niños arrancados de su seno familiar y acogidos en adopción por las familias de los propios ejecutores del claustro donde germinaron. Perdón, pero no olvido.
Imagina, Christian, que ahora pretendiéramos que un judío, no importa incluso si adepto a las posiciones más extremas del sionismo, actuara con total naturalidad si ayudados por el arte de la imaginación lo pusiéramos a caminar por una acera frente a la cual marcha en perfecta formación un batallón nazi de las SS. Con todo y las más de seis décadas transcurridas desde los terribles pogroms del Holocausto.
No creo, colega, que fueran la mirada penetrante de la foto de “Manolito” que ha circulado en los medios, ni la del comunero mapuche Jaime Mendoza Collio ni tampoco la del universitario Matías Catrileo Quezada las que movieron, tardíamente, a que el general director de Carabineros, Eduardo Gordón, se decidiera a pedir perdón a la familia Gutiérrez Reinoso.
Fueron los remordimientos de conciencia y, nadie lo dude, la indicación de más arriba a que lo hiciera, quienes lo sacaron de su marasmo, aunque claro, los perdones no nos devuelven a los muertos.
“Quiero expresar a la familia del joven Gutiérrez, a la señora Mireya, su madre, a don Manuel, su padre, las sentidas condolencias de Carabineros de Chile ante la tragedia que están viviendo. Quiero que la acepten de palabras de este hombre, de este carabinero y de todos los carabineros de Chile, que día a día con esfuerzo y con mucha voluntad y sin esperar nada a cambio más que el deber cumplido realizan beneficios para la comunidad”.
La mirada acusadora de Manolito
clama por algo más que perdón.
Suenan falsas, huecas, vacías las palabras de aquel que ahora ofrece disculpas y no más unas semanas atrás ordenó el "beneficio" de lanzar policía montada, perros, bombas lacrimógenas y disparar balas de goma y agua a chorros contra gente joven que marchaba en reclamo de algo tan elemental para una nación como educación de calidad y gratuita para todos, incluidos los hijos de "papá y mamá".
Lo menos que podía hacer Carabineros era, por lógica, defenestrar a todo aquel que estuvo vinculado con el suceso lamentable donde un joven de 16 años, que acompañaba a su hermanito inválido y en silla de ruedas a ver las manifestaciones, murió de un balazo en medio del pecho. Y quedaría muy mal parada la justicia si el ejecutor directo del abominable crimen no carga con su cuota de responsabilidad penal.
Pero lleva razón suficiente la dirigente estudiantil Camila Vallejo cuando pide la remoción del ministro del Interior, porque asistimos a un hecho que rebasa lo puramente coyuntural para convertirse en un acto de profundo trasfondo político, bien lejos de constituir, como pretende el señor presidente del partido de la extrema derecha, Juan Antonio Coloma, de una movida de “aprovechamiento”.
Aunque a algunos les pese y hasta les duela reconocerlo, los estudiantes ya ganaron en el instante mismo en que obligaron al altanero presidente de turno a sentarse en la mesa a dialogar y discutir punto por punto los doce temas que le preocupan y por los cuales, como han expresado, no cejarán.
Pecaría si dudara del sentimiento que embarga al señor padre del adolescente asesinado. Creo en su paz con Dios. Pero entiendo que cuando dice: “Sólo esperamos que se haga justicia. Nada más", está gritándole al mundo que ni con mil perdones, condolencias y hasta la desaparición de la faz de la Tierra del tenebroso ente policial, podrán devolverle resucitado a su Manolito del alma.

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