Mientras de una parte autoridades de Estados Unidos piden a los ciudadanos que mantengan la calma y no entren en pánico por el anuncio de la sospecha de un ataque terrorista en el país en ocasión del décimo aniversario de los hechos del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas del World Trade Center, de Nueva York, del otro fuerzas de seguridad de todas las armas realizan un aparatoso despliegue en trenes, metros y aeropuertos, con lo cual lejos de calmar a las personas contribuyen al aumento de la paranoia colectiva.
A diez años de los trágicos sucesos, cuya génesis aún está por aclarar, Estados Unidos vuelve a vivir zozobra por los fantasmas del terrorismo. Increíble que en pleno siglo XXI una sociedad del llamado primer mundo se deje arrastrar por este tipo de conductas, mientras sus ciudadanos consumen desde las pantallas de TV en los hogares imágenes en vivo y directo de guerras de abierto carácter terrorista sin que les tiemble siquiera un músculo facial.
Mientras escucho las noticias, recuerdo los meses posteriores a los ataques contra las Twin Towers y no dejan de venirme a la memoria las famosas emergencias de colores según el grado de peligrosidad de la eventual amenaza, casi siempre en momentos en que convenía ser centro de la atención para distraerla de otros asuntos cuya pertinencia no eran del interés de Washington mantener en elevado perfil.
De hecho, no es esta la primera vez (creo tampoco será la última) en que un anuncio de este tipo se ofrezca en fechas cercanas al día en que la poderosa nación del Norte vivió en suelo propio los traumas que otras tierras del mundo sufren casi como menú cotidiano. Si no, pregunten en Irak, Afganistán, Libia...
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