Melissa Cordero Novo
El avión quedó suspendido en el aire, se inclinó sobre el ala derecha y cayó al mar envuelto en fuego y humo. Eran las 12:23 p.m., hora local, cuando los 73 pasajeros del vuelo 455 de Cubana de Aviación, murieron sin posibilidad alguna de salvamento. Hacía apenas ocho minutos habían despegado del aeropuerto de Seawell, pero la intensidad del estallido de las bombas les impidió completar cualquier maniobra de aterrizaje.
Las aguas barbadenses tragaron en seco la aeronave, cada una de las espadas del joven equipo de esgrima, a los tripulantes, y a los guyaneses que venían a estudiar Medicina en Cuba. No le quedó otro remedio a las olas que abrirse en dos y sepultar los restos de uno de los actos terroristas más despiadados dirigidos por la CIA.
“Comisario Basilio”, “Bambi”, “Ramón Medina”, “Solo”; qué importa el seudónimo, si el mundo entero conoce que Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila fueron los máximos responsables del atentado. Fueron ellos, asesinos internacionales, quienes planearon el crimen y luego lo confesaron sin miramientos.
Días antes de la voladura del avión, según reseña Peter Kornbluh (investigador norteamericano a cargo del Cuba Documentation Project y el Chile Documentation Project del Archivo de Seguridad Nacional, de la Universidad George Washington), la CIA tenía pleno conocimiento sobre una cena de recaudación de fondos (mil dólares al plato) realizada en Caracas a favor de Carriles y con la presencia de Orlando Bosch. Ambos fueron acogidos por el gobierno de Carlos Andrés Pérez desde su llegada a mediados de septiembre de 1976.
Durante el encuentro Bosch dijo a Posada: “ahora que nuestra organización ha salido bien del asunto de Letelier (el 21 de septiembre de 1976 habían asesinado con una bomba activada por control remoto mientras transitaban en coche por la Avenida de las Embajadas, en Washington DC, al ex canciller chileno Orlando Letelier y su asistente Ronnie Moffitt), vamos a intentar hacer otra cosa”. Pocos días después Luis Posada Carriles concretó: "vamos a atacar una aeronave cubana".
La primera bomba estalló debajo del asiento 27, donde iba sentada una niña guyanesa, y abrió un boquete de casi un metro de diámetro que succionó todo cuanto estaba a su alrededor. Según cálculos de especialistas, cinco minutos después de la detonación ya habrían muerto más de 50 pasajeros consumidos entre el humo y las llamas.
Freddy Lugo y Hernán Ricardo, los dos sicarios que colocaron los explosivos dentro de la aeronave y la abandonaron aprovechando la escala en Barbados, fueron detenidos en el propio mes de octubre. Durante el interrogatorio que le realizaron, Ricardo declaró que ambos trabajaban para Posada y que “Lugo y él habían volado el avión”.
Uno de los documentos más comprometedores del FBI en relación al 6 de octubre de 1976, develado tiempo después, refiere que “la voladura del avión comercial DC-8 de la aerolínea de Cubana se planeó en parte en Caracas, Venezuela, en dos reuniones”, en las cuales se encontraba Posada Carriles. La fuente, un miembro del servicio de inteligencia venezolano, órgano conocido como DISIP, reveló el mensaje en clave dado por Lugo y Ricardo a Bosch y Posada tras el derribo del vuelo 455: “un autobús con 73 perros cayó por un precipicio y todos murieron”.
En La Habana les comunicaron a los familiares de los pasajeros del avión saboteado que la aeronave había presentado problemas técnicos. ¿Cómo se le explica a una madre que su hijo de 25 años murió en un atentado terrorista?, ¿o a un pueblo entero que su victorioso equipo de esgrima no llegaría a la Isla con las medallas? Durante varios días una fila eterna desfiló ante los ocho féretros de las víctimas que pudieron rescatarse.
Si el avión hubiese demorado apenas cinco minutos más en despegar de Barbados, la explosión hubiera ocurrido a unas doce millas del aeropuerto, tardando solo tres minutos en regresar y la suerte hubiese sido bien diferente.
Aún la injusticia tiembla, porque no hay explicaciones lógicas que permitan comprender los métodos norteamericanos contra Cuba, no las hay. Salvo unos cuantos, entre ellos la experimentada tripulación, el resto eran prácticamente jóvenes imberbes, civiles, e inocentes.
Hace 35 años que la historia y la justicia reclaman la deuda que los separa de la paz plena. Hace 35 años que lloramos, mirando al cielo, la detonación de aquella aeronave. Pero el dolor no se olvida, ni cesa, ni se apaga.
Cómo se le explica a un niño que su padre murió víctima de un atentado terrorista?, que su avión cayó al mar, que el humo y el fuego consumieron a todos los pasajeros sin posibilidad alguna de salvamento, que solo le faltaron 3 minutos para poder regresar al aeropuerto en Barbados. Cómo se le explica, porque yo no lo sé.
ResponderEliminarNo hay manera de explicárselos Melissa, porque los absurdos no tienen explicación, como tampoco la tiene el que Estados Unidos sepa del pe al pa todo sobre este asunto y no se dé por enterado ni nunca se haya decidido a tomar cartas en él.
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