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jueves, 31 de mayo de 2012

Elmina, la primera puerta (+ Fotos y Vídeo)


Elmina Castle / Fanal Cubano
Una crónica a propósito de la celebración en Sudáfrica de la Primera Cumbre Global de la Diáspora Africana


Dr. Felipe Delgado Bustillo (*)

Por las características de mi vida profesional he estado muy vinculado al África en los últimos 20 años. De tal suerte, por la capacidad que he tenido de asesor de organismos internacionales (ONU, OMS), funcionario del Gobierno y del Ministerio de Salud Pública cubanos, he trabajado en cuatro países de esa área geográfica del planeta: África del Sur, Reino de Lesotho, Zimbabwe y Ghana. Comoquiera que por estos días se celebra en Johannesburgo la Primera Cumbre Global de la Diáspora Africana, un acontecimiento trascendente para el continente negro, no puedo sustraerme escribir esta crónica sobre una vivencia excepcional en Ghana.
 
SE CELEBRA el 25 de mayo el Día de África pues ese día se fundó la primera organización de estados africanos, hoy Unión Africana, y justamente por ello en Sudáfrica se celebra por estos días la Primera Cumbre Global de la Diáspora Africana, en las ciudades de Pretoria y Johannesburgo. Allá fue a representarnos, a toda Cuba, el Vicepresidente Esteban Lazo Hernández y su delegación. Todos conocemos a Lazo, destacado dirigente de la Revolución, político y amigo de África, que es figura familiar en los últimos lustros para muchos países de ese continente. Allá su estampa de negro cubano, descendiente de los esclavos que por decenas de millares fueron llevados a su natal provincia de Matanzas, para sacar riquezas a la sacarosa criolla, nos acerca y une más al gran continente amigo.

Hace pocos meses regresé de la República de Ghana después de cumplir una misión de colaboración médica por espacio de tres años. Eso fue un privilegio y un honor. Ghana es un país muy singular en el contexto del continente africano, primero por lo que representó como punto de partida en el traslado de millones de esclavos desde época tan remota como el siglo XV hacia Europa y nuestras tierras americanas, y segundo por su liderazgo en pleno siglo XX, el de la Guerra Fría, consistente en ser el primero en lograr la independencia de la decadente metrópoli británica después de la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces Ghana era conocida como la Costa de Oro.
Incluso, hay otras dos razones de gran contenido histórico en por qué Ghana representa algo especial para esta isla del Caribe, que deben ser tenidas en cuenta para cualquier análisis de las relaciones entre los dos países. Fue la República de Ghana la primera nación en el mundo con la cual Cuba estableció relaciones diplomáticas pocas horas después de ser creado y fundado el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Revolución, en diciembre de 1959, y finalmente citar y recordar que una de las primeras figuras emancipadoras de ese continente, paradigma de la independencia continental, el ghanés Kwame Nkrumah, fue amigo y compañero de ideales del líder revolucionario americano Fidel Castro.
Hoy Ghana, asentada en el África Occidental, limítrofe con Togo (Este), Burkina Fasso (Norte), Costa de Marfil (Oeste) y bañado su litoral costero, de más de 500 kilómetros, por las aguas del Golfo de Guinea, es un país en continua búsqueda del desarrollo, la democracia y el bienestar para su pueblo. Sus habitantes, unos 11,5 millones, viven en una nación mayormente agraria, cuya extensión es algo más del doble de la de Cuba, de feraces  tierras y bendecida por ricos y variados recursos naturales, en pleno disfrute de una infraestructura sólida en constante mejoramiento. En esa tierra negra, que es una de las raíces nutricias de nuestros ancestros, desde 1983 una Brigada Médica, de casi 200 miembros hoy, brinda asistencia médica y humanitaria a los segmentos del pueblo más necesitados y asentados en los lugares más remotos. 

La ruta de los esclavos y Elmina

Elmina fue la primera puerta de salida de esclavos del continente africano hacia el americano. Fue y es la primera y más grande fortaleza-castillo relacionada con la trata de esclavos construida por los europeos, los portugueses, en 1482. Asentada en la costa, en el lugar conocido por Anomansa o Amankwa Kurom, a unos 160 kilómetros al oeste de la actual capital, Accra, el nombre de Elmina fue derivado por los nativos del original portugués La Mina  o Al Mina. Ese nombre se le dio al sitio por las minas de oro localizadas en la zona a la vez que esos yacimientos auríferos fueron motivo para que con el tiempo le dieran el nombre de Costa de Oro, a la actual Ghana.
A Elmina la veo como un santuario de veneración, un sitio para ir a pedir perdón o a pagar una deuda de gratitud.
Esa plaza histórica para la humanidad, al decir del historiador ghanés Ato Ahun en su “Elmina, el castillo y la trata de esclavos”, ese castillo que es el más grande y el más antiguo vinculado al genocida negocio trasatlántico de la trata, cargado de historias tristes y crueles, que está cumpliendo 530 años de erigido, lo visité junto a mi esposa y otros colaboradores cubanos en noviembre del 2011. No podía regresar a nuestra patria sin respirar el aire de ese lugar y caminar sobre las losas centenarias para descubrir el dolor.
Permítaseme antes de narrar mis impresiones de la visita al castillo contarles brevemente mi paso por el noroeste de Ghana donde hay un monumento a la lucha contra la esclavitud que también conocimos. El lugar es Gwallu, remota localidad rural fronteriza con Burkina Fasso, en la región Alto Occidente, a unos mil kilómetros de la costa. Ahí se mantiene erecta, bien protegida por una cerca perimetral y un cobertizo metálico, un tramo de unos 15 metros de una muralla que los lugareños construyeron entre los siglos XXVI y XXVII para protegerse de las incursiones de los blancos esclavistas. La muralla de barro y piedra, de un metro de grosor y dos de altura, con aspilleras, tenía un diámetro aproximado de 1 kilómetro, formando una circunferencia. El jefe tribal que nos explicó las características y la historia nos dijo que la muralla fue útil para evitar la captura humana y también para disuadir a los negreros.   
Esa geografía ghanesa, que observé con pupila de explorador involuntario, poco se ha modificado con el devenir de los siglos, y desde el septentrión al mediodía, llegando al mar, va cambiando su fisonomía de la sabana seca y árida, al bosque impenetrable y espeso, lleno de insectos maláricos y depredadores, amen de los ríos e inmensas aguadas, fue caminada y cruzada, la ruta del esclavo, por los contingentes de miles de seres humanos que la culta Europa iba a vender al mejor postor americano. Recientemente el señor David Sarpong Boateng, excelentísimo embajador de la República de Ghana en Cuba, me dijo y cito: “llegaban a la costa los más fuertes, los más aptos, millares morían en el camino”. Y los que llegaban, llegaban a Elmina. 
Al paso de más de cinco siglos la edificación -aislada del exterior por un foso con su puerta levadiza- se conserva en muy buenas condiciones a pesar de estar al lado del mar, lo cual se atribuye a que fue construida sobre rocas sedimentarias que tienen una profundidad de 100 metros. Piedra, rocas, argamasa, maderas y tejas se combinan para dar forma al hoy gran monumento patrimonial ghanés. En la planta baja hay tres patios o áreas donde están las barracas para los cautivos, las celdas para esclavos y las celdas para soldados indisciplinados. También la iglesia. Una celda, con el símbolo de la calavera y los huesos cruzados, se destinaba a los esclavos que luchaban por su libertad. Ahí eran encerrados sin agua ni alimentos hasta que morían. El cuerpo sin vida era mostrado como escarmiento a los otros esclavos en las barracas contiguas. Encima de estas estaban las habitaciones de los soldados, los mercaderes y el cura. En el penúltimo nivel, arriba de las anteriores y hacia el occidente, la residencia del Vicegobernador y encima de ese piso la residencia del Gobernador. Así quedaba establecido, que mientras más alta era la jerarquía más alto se vivía.
El día que visitamos el castillo era soleado y claro, luminoso, cielo limpio y brisa marina aromática. No había excursiones, ni turistas, calma plena. Un guía nos condujo por la edificación en la ruta habitual. La diminuta iglesia construida por los portugueses en medio del patio central alberga hoy el museo. Pero esa claridad luminosa se empieza a enturbiar. La bóveda de las barracas, con su calor húmedo, que parecen dejar caer su peso sobre el visitante comienzan a acercarlo a uno a una realidad muy remota, pero que palpita con real dramatismo en cada átomo de ese sitio. Ahí todos, separados por sexo, habitaban hacinados peor que animales de cría. No agua, no baño, no movimientos, no camas, no mantas. Una diminuta ventana y un agujero profundo en un extremo esquinado para las necesidades del cuerpo. No ventilación. No humanidad. Los que sobrevivían eran los aptos para emprender el viaje atlántico.
Frente a la barraca de las mujeres observé en el patio enlosado un hoyo, un orifico de unos 20 centímetros de diámetro, y cerca una bola de piedra de unas 15 libras. El guía nos explicó: las mujeres que se negaban o resistían a ser violadas por el señor eran llevadas hasta ahí, les ponían el tobillo acostado en el orifico y dejaban caer la piedra. La mutilación era total, el escarmiento tremendo. Muchas esclavas fueron convertidas en mujeres de los blancos. Por ello hoy en esa zona es frecuente el apellido europeo.
Y bajando y subiendo por pasillos y escaleras, visitando pabellones y aspilleras, llegamos al lugar más patético, más duro, más terrible de contemplar: la puerta del no retorno. A través de esa puerta, resguardada hoy por una reja de tubos de hierro, salían encadenados hombres y mujeres que fueron libres en su nación hasta las chalupas que los conducían a los barcos negreros. Después que se cruzaba esa puerta ya los seres amados, la tierra, los olores y los paisajes de su vida toda, quedaban atrás para no volver a ser vistos ni amados. No había regreso.
Y eso estimados lectores es lo que quería narrarles. Tratar de trasmitir qué vimos y sentimos. Que compartieran nuestra angustia y pesar por algo que nunca más volverá a ser visto por la humanidad.
Como un gesto, un símbolo mínimo de expresar nuestro pesar, en el momento de la despedida, escribimos en el libro de los visitantes lo que Fidel nos ha explicado e inculcado con sus razonamientos de humanista superior: “dar nuestra solidaridad y ayuda al continente africano es una forma de pagar nuestra deuda con la humanidad”.

Cienfuegos
30 de mayo de 2012


(*) Médico epidemiólogo en el Centro Provincial de Higiene y Epidemiología (CPHE) y Profesor Auxiliar, Universidad Médica de Cienfuegos. Asesor en Salud Pública en África del Sur, jefe de Brigadas Médicas en Sri Lanka, Lesotho, Zimbabwe y Ghana.


Fotos y Vídeo

Elmina Castle / Fanal Cubano

Elmina Castle / Fanal Cubano

Elmina Castle / Fanal Cubano

Elmina Castle / Fanal Cubano

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