Julio Martínez Molina
Figura entre los acontecimientos históricos de mayor importancia durante el siglo XX. La victoria de los soviets el 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario gregoriano, la Rusia zarista observaba el juliano) instauró por primera vez en los anales del género humano post-comunidad primitiva lo más parecido a lo que la filosofía marxista entendió como “la dictadura del proletariado”. Superior por su repercusión a lo alcanzado por la Revolución Francesa, o por cualquier otro parteaguas histórico similar precedente.
Tiende la visión occidental, y a veces hasta la propia atomizada izquierda planetaria actual, a desvirtuar el legado soviético debido al período estalinista y a causa de los dogmas, los cuales en verdad mucho daño provocaron a aquel y en buena medida contribuirían a echar por el caño todo de cuanto favorable propició la instauración del socialismo soviético.
Las prohibiciones, la falta de libertades y visión encadenaron, entre otras razones, el futuro de tal sistema.
También es cierto que Stalin cometió innumerables desaciertos. Casi nadie lo duda hoy, si bien ello tampoco entraña dar pábulo a las exageraciones e interpretaciones de la gran prensa y la historia occidentales, muchos de cuyos textos a veces lo demonizan más que a Calígula, Vlad el Empalador, Hitler o Truman, el genocida presidente yanki que ordenó el arma nuclear contra Hiroshima y Nagasaki. Suele hablarse ahora solo de las purgas o del autoritarismo político del soviético, en cambio mucho menos del segmento positivo de su obra. Empero, no puede relegarse al olvido nunca que el georgiano del bigote condujo al Ejército Rojo, compuesto en su mayor parte por trabajadores industriales y campesinos, a la victoria definitiva sobre el exterminio nazi del régimen hitleriano prohijado por burguesías europeas: ese que eliminó a 2,5 millones de judíos durante el Holocausto; dejó en los campos helados a 22 millones de soviéticos muertos y arruinó al Viejo Continente para que los “emprendedores” estadounidenses viniesen con su plan Marshall a restaurarla e inyectarle de paso inyección multivitamínica a su economía.
Joseph fue además el padre intelectual e impulsor de diversas acciones a favor del desarrollo industrial y económico del país más grande de la Tierra.
El periódico Soviétskaya Rossía publicaba en abril de 2011 un artículo del presidente de los comunistas rusos, Guennadi Ziugánov, donde remarcaba cómo el 13 de mayo de 1946, Stalin firmó el decreto Nº1017-419, el cual sentaba las bases del desarrollo de la técnica balística para los años venideros. “El país que apenas empezaba a curar las heridas de la guerra, el país que había cargado sobre sus hombros el peso principal en la lucha contra el fascismo, comenzaba a tender el camino de la humanidad hacia el espacio. Los mejores científicos y especialistas se incorporaron a esa tarea. Se crearon y desarrollaron nuevos materiales y tecnología e investigaciones en el campo de la medicina, pues nadie en la tierra sabía que representaba la ingravidez y como podía influir en el estado del cosmonauta. Se construyó el primer aeródromo espacial de la Tierra, el afamado Baykonur (…)”.
Resultado: “El 12 de abril de 1961, un habitante del planeta Tierra, un comunista, mayor del Ejército Soviético, Yuri Alexéyevich Gagarin, realizó el primer viaje espacial en la historia de la humanidad”, subraya Ziugánov.
Representaría colosal acto de irresponsabilidad histórica, ética, humana, descalificar de un plumazo el papel de las décadas de URSS garantizadas gracias al triunfo del 7 de Noviembre contra el régimen oprobioso de los zares.
Los nobles preceptos de igualdad promovidos por la Revolución de Octubre deben continuar vivos en el horizonte de la humanidad. Es útil recordar las palabras del intelectual español Manuel Talens, cuando recordara “que aquel edificio se derrumbara siete décadas después no hace menos sublime su construcción. A lo sumo nos confirma que los sueños, una vez realizados, necesitan mimo y lucha diaria durante toda la vida para que no se extingan”. De igual modo, resultaría poco sensato e injusto olvidar el contrapoder del Moscú soviético, el equilibrio militar que regalaba al planeta.
Los nacidos antes de 1980 recordamos con especial cariño nuestra relación con los soviéticos, esa de la cual da cuenta el documental Los rusos en Cuba.
Hace pocos días, el líder de la Revolución Cubana, admirador de Lenin y de las conquistas obtenidas en diversos frentes por los soviets, explicó una vez más el modo en que surgió dicha alianza, en su artículo Fidel Castro está agonizando: (…) Cuando aceptamos la ayuda soviética en armas, petróleo, alimentos y otros recursos, fue para defendernos de los planes yankis de invadir nuestra Patria, sometida a una sucia y sangrienta guerra que ese país capitalista nos impuso desde los primeros meses, y costó miles de vidas y mutilados cubanos. Cuando Jruschov nos propuso instalar proyectiles de alcance medio similares a los que Estados Unidos tenía en Turquía -más cerca todavía de la URSS que Cuba de EE.UU-, como una necesidad solidaria, Cuba no vaciló en acceder a tal riesgo. Nuestra conducta fue éticamente intachable. Nunca pediremos excusa a nadie por lo que hicimos. Lo cierto es que ha transcurrido medio siglo, y aún estamos aquí con la frente en alto”.
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