Julio Martínez Molina
Cuando Bill Clinton no estaba entretenido abriéndose la portañuela para su becaria preferida o arrasando Belgrado a Tomahawk limpio, tenía clarinadas de lucidez y un sentido pragmático que lo ayudaron a convertirse en un presidente querido por parte no despreciable de los norteamericanos.
Carismático e inteligente, el gobernador de Arkansas solía soltar frases certeras en momentos muy oportunos, pertenecieren a su autoría o no. “Es la economía, estúpido” (en verdad, copyright de su asesor James Carville), le soltó el debutante William a papá Bush en las presidenciales de 1992.Y le ayudó a ganar la batalla por la Casa Blanca contra el viejo zorro quien tanto hizo, a la chita callando, para afantasmar el comunismo y liquidar a la URSS.
“Todavía sigue siendo la economía; y no somos estúpidos”, parafraseó Mitt Romney en la campaña contra Obama. Y es que, mirándolo bien, desde los tiempos cuando todavía no existía el dinero y se intercambiaba en especie, siempre ha sido la economía. Grandes talentos del arte murieron entre hez de ratón y polvo de olvido del género humano, o bien porque sus mecenas se cansaron o no pudieron apoyarles más, o bien porque nunca los tuvieron como tampoco dispusieron jamás del dinero que les permitiera elaborar su obra sin las presiones cotidianas de pagar a tiempo la calefacción, la renta, las verduras, el vino nocturno, el pescado semanal y la meretriz mensual.
“Llego al día 15 sin dinero” también deviene una frase común. No exactamente en riñas electoreras yankis ni entre los bohemios parisinos. Hace filas de ese glosario axiomático popular del cubano, dentro del cual cabría innumerable volumen de morcillas al estilo de: “Atrás está vacío” (en el ómnibus); “¿Llegó algo a la casilla?”, “Mira, sacaron esto…".
“¿Por qué no me alcanza? preguntaba un amigo a otro, si -según le confesaba- hago mil estrategias y anotaciones: esto para la electricidad, esto para los mandados, esto para aquello. Mas, no pare más…”.
El interpelado, sin saberlo o sí, cuasi remedó a Clinton y le respondió: “Es el salario, hombre”. En realidad, descubrió el Mediterráneo, infartó a Perogrullo; sin embargo no por ello la sencillez de la respuesta deja de encapsular en términos lexicales la compleja fenoménica social de la correlación entre nivel de vida y solvencia financiera del nacional ahora.
Los bajos salarios, sabido es, constituyen origen y respuesta de muchas de las penurias atravesadas hoy día en Cuba. Contribuyen hasta al éxodo profesional en disciplinas que conforman pendones de este régimen social, como el magisterio por poner el ejemplo más palpable y duro.
Sí, el dinero no es la vida; pero no se puede vivir sin dinero, y cada vez los gravámenes al consumidor son más elevados sin que ello vaya en correspondencia con un aumento de las remuneraciones del trabajador, al capital humano general que depende de su labor para sobrevivir y no tiene entradas extras por concepto de remesas del exterior, “resolvederas”, viajes.
La premisa para el incremento es el ascenso de la productividad, eso está claro; pero esta parece que sigue haciendo mutis por el foro en las comarcas estatales productivas. Al margen de sobrecumplimientos o records equis.
Si de hecho siempre fue difícil enfrentarse a los altos precios de las tiendas recaudadoras de divisas -e igual también son elevados la mayoría de los de la denominada Cadena, aunque a falta de otra alternativa, haya que tirarse de frente contra ellos-, hoy día lo resulta más con algunos productos agropecuarios: incluso dentro del propio sistema de organopónicos y placitas.
No nos remitamos al ámbito fuera de ese universo (no obstante resulta imposible no carenar allí, dadas las carencias del otro), porque entonces estaríamos entrando en la jungla, en territorio indio donde cuatro pepinitos y unos frijolitos mal pesados cuestan diez o quince pesos, según el flechazo del apache.
¿Por qué, si tres o cuatro años atrás, un jarro de cinco libras con tomates de buena calidad era vendido en los -un día ya lejano- provechosos organopónicos a cinco pesos, hoy lo expenden a veinte, aunque pequeños y de baja calidad? ¿El calentamiento (global) exterminó las plantaciones? ¿Cuándo el tope?
La producción local de carne de cerdo (13 mil 500 toneladas en 2012) registra un ascenso sostenido durante el último septenio, en tanto los logros actuales casi triplican las 5 mi t obtenidas hacia 2005. No se trata de la única provincia. Manifiéstase el despegue en otras. Gran parte de la misma (más del 90 por ciento) adquiere destino nacional para beneficio social integral -hospitales, escuelas, Turismo...-; sin embargo, aun así y todo debe existir un margen para llegar a ser capaces de propiciar su reducción, puesto que la libra anda por los 30 o 35 pesos, a tenor con el escenario determinado. Adquirirla por el primer precio en una placita supone aceptar su blanca cuota de grasa intercalada entre la roja masa. Por cinco pesos más, con los privados, se reduce algo, aunque tampoco la calidad es óptima y el bolsillo sangra peor. No hay salida.
Al conjugar la depredación del leonino sector privado, la inconsecuencia del estatal y la falta de protección al consumidor en prácticamente cada uno de los ámbitos comerciales de este país con la exigüidad salarial, la ecuación se hace peliaguda de despejar hasta para el mejor émulo de Pitágoras.
Cuentapropismo sí, extorsionismo al consumidor, no! Un abrazo, la foto es en la placita de 17 y Paseo!
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