Luis Britto García
1. En su antiutopía Nosotros, Evgeny Zamiatin imagina un mundo con rascacielos con paredes, techos y pisos de cristal, donde ningún acto pasa desapercibido para los demás. En 1984, de George Orwell, hay ubicuas pantallas de televisión inapagables que nos espían. Vivimos esa fábula: ninguno de nuestros actos puede ser ya ocultado, pero para observadores que nos escrutan detrás de espejos impenetrables. Saber es poder. Los espías conocen todo de nuestras llamadas telefónicas, correos, ingresos, gastos, hábitos de consumo, ideas, enfermedades, relaciones, ubicación. Este flujo de información es unilateral.
Espiar es poder. Con el pretexto de la guerra contra el terrorismo hemos caído en el terror total.
2. Desde el siglo XIX, todas las legislaciones garantizan la inviolabilidad de la correspondencia. En la actualidad, gobiernos y empresas no solo se atribuyen el derecho de conocer el contenido de los mensajes que cursan o interceptan: también el de utilizar, publicar y registrar los datos obtenidos. Facebook y otras redes sociales pretenden tener la propiedad intelectual de cuanto circula por ellas. Es como si las compañías transportistas se declararan dueñas de toda la mercancía que mueven. En su carrera por confiscar los medios de producción, el capitalismo confisca la información.
3. ¿Para qué se aplica este control? Un manejo tan total o totalitario de la información permitiría erradicar el crimen organizado, el mercadeo de productos dañinos para la salud, el tráfico de armas, la corrupción política, los delitos bancarios, la evasión tributaria, el tráfico de personas, la explotación laboral, el lavado de capitales, los paraísos fiscales, el monopolio de los alimentos, los falsos pretextos para las guerras, tales como la imaginaria construcción de armas de destrucción masiva. Si tales lacras persisten, es porque el espionaje no las impide: las posibilita y asegura su impunidad. El espionaje no viola el secreto: lo crea. Todos los que crearon sistemas de espionaje terminaron siendo sus prisioneros. Tras el cristal impenetrable, presidentes, financistas, sicarios son más espiados que nosotros.
4. El temor de revelar miserias domésticas llevó a la burguesía a valorar la privacidad. El miedo a la policía indujo a los revolucionarios a no revelar ni a palos sus contactos. Hoy en día nada se recata. Todos aspiran al cuarto de hora de celebridad que prometió Andy Warhol. El presidente Obama recomendó a los jóvenes cautela con lo que colgaban en sus redes sociales. Pero ¿qué revela este ubicuo fisgoneo? Abrir páginas web es acceder a vitrinas impúdicas donde los usuarios exhiben desde pertenencias hasta perversiones. Una mirada crítica revela que el retrato del usuario es fotoshop, que sus supuestas posesiones son corta y pega, que su lista de amigos consta de centenares de personas que no lo conocen. El narcisismo digital infla los archivos de los espías con terabytes de propiedades y relaciones inexistentes. No estamos lejos del mundo ficticio anunciado en The Matrix. Como sus víctimas, los espías informáticos viven en un universo ilusorio.
5. En pasados tiempos turbulentos debí entrar en la clandestinidad. Desde hoy, debe hacerlo toda la humanidad. Ello requeriría prudencia elemental. Usar con limitación extrema los medios de comunicación.
Disfrazar lo que por ellos se comunica. Saber que siempre podemos estar ante un espía, un micrófono o una cámara. ¿O por el contrario, debemos actuar con el total desenfado de quien nada tiene que ocultar?
Una encuesta demostró que 67% de los estadounidenses aprueban que Snowden haya revelado información secreta del gobierno de Estados Unidos. También confirma que esa mayoría no aprueba el secreto ni el contenido de la información. Son los espías y sus sicarios los inconstitucionales, los ilegales, los antidemocráticos, los secretos.
Su poder consiste en obligar a ocultarnos. Que se escondan ellos.
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