Simpatizantes del partido de Xiomara Castro, salieron a las calles para manifestarse contra el fraude./Foto: AFP |
De ahí que sean bien pocos los que a estas alturas del show aún tengan alguna duda sobre quién consagró ganador a Juan Hernández, el candidato del continuismo golpista que mal barnizó Porfirio Lobo, tras aquella farsa de elecciones organizada por el gorila Roberto Micheletti y varios de sus acólitos uniformados, algunos de ellos curiosamente enlistados también como aspirantes ahora, tal cual resulta el caso del oficial Romeo Vázquez, aquel que traicionó la confianza del presidente Mel Zelaya, el hombre democráticamente elegido por los catrachos, sacado a punta de fusiles de asalto de su casa y dejado sobre la losa de un aeropuerto costarricense vistiendo apenas su pijama.
Se sabe. Es secreto gritado a voz en cuello: la embajadora gringa en Honduras, Lisa Kubiske, favoreció desde el primer parte los resultados anunciados por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) que daban ganador al candidado oficialista, aún cuando diferentes partidos políticos del país centroamericano denunciaban un conjunto de irregularidades que ponen en duda la veracidad de las cifras ofrecidas por el ente comicial.
No más escrutado el 54,47 por ciento de las actas, y hecho el anuncio por David Matamoros, presidente del TSE de Honduras, de que el candidato del Partido Nacional Juan Hernández aventajaba en seis puntos porcentuales a la representante del Partido Libre, Xiomara Castro, se produjo el primer pronunciamiento de la diplomática "(Estados Unidos) reconoce y respeta” los resultados anunciados, ya que, “coinciden” con los reportes de sus observadores en Honduras.
Consultada sobre el conjunto de irregularidades denunciadas ante el TSE, Kubiske se limitó a decir “hay que respetar la voluntad de los votantes, en caso de denuncias hay canales para presentarlas”.
Unas horas antes de la jornada electoral, el comentarista Paco Gómez Nadal significaba en clara alusión a la petición de un acto de fe formulado por Matamoros, que hacía "falta algo de fe ciega para creer en la institucionalidad de un país roto por el golpe de Estado orquestado entre las élites económicas y el Ejército (con la inestimable colaboración de Washington), las posteriores y dudosas elecciones que llevaron a Porfirio Lobo a la presidencia en enero de 2010, y la explosiva situación de violencia, militarización, desempleo y precarización de la vida en Honduras".
Los acontecimientos le darían la razón a Gómez Nadal. El fraude sería el gran actor en unos comicios marcados, sin embargo, por la asistencia masiva de un electorado confiado en que la vía de las urnas era la adecuada para sacudirse el estigma del neoliberalismo on strike, sin máscaras.
Borón esgrime con razón que "Libre ganó en las calles, pero no organizó una red de fiscales para garantizar la pureza del comicio. Confió en su amplia mayoría, certificada por todas las encuestas, y en la inverosímil 'imparcialidad' del TSE y el gobierno ante una elección que el imperialismo y la oligarquía hondureña no podían perder, porque Washington jamás habría aceptado un resultado contrario a sus intereses en la zona".
¿Por qué?, podría preguntarse cualquiera. Pero es bien sencilla la respuesta y con ella cierra Atilio su análisis en Página/12: "¿Por qué? Porque así como Israel es la pieza clave para garantizar el equilibrio geopolítico de Medio Oriente, Honduras lo es para Centroamérica, al ser éste el país donde se concentra el grueso del poder de fuego estadounidense en la región. Y así como Washington no permanecería ni un minuto de brazos cruzados ante un eventual triunfo de una izquierda antiimperialista en Israel, se involucró descaradamente en el proceso político interno de Honduras para garantizar un resultado acorde con sus intereses estratégicos en la región. ¡Menos mal que hace unos días, en la OEA, John Kerry dio por superada la Doctrina Monroe!".
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