Wilki Delgado Correa
Para hacer realidad los planes y estrategias presentes y futuras de la Celac es necesario que nos sintamos fuertes y consolados para lo que tenemos que hacer.
La II Cumbre de la Celac en La Habana reafirmará la voluntad de unión de los países latinoamericanos y caribeños para alcanzar los objetivos que permitirán el progreso y bienestar de los pueblos en un siglo en que incertidrumbres variadas rondan el destino de naciones tanto desarrolladas como pobres de un mundo amenazado por hecatombes sociales, económico-financieras y ecológicas.
No ha sido fácil el proceso de unidad de los pueblos de Nuestra América, que sólo ha sido posible después de 200 años de encuentros y desencuentros, en los que estos últimos han estado signados por la intervención del “gigante de las siete leguas” del Norte.
Lo que fue legado de los próceres de nuestra independencia, que soñaron con la unidad, cooperación y solidaridad de los pueblos para que fueran la garantía contra las aviesas intenciones de poderes imperiales vecinos y distantes, al fin ha sido posible después de muchos traspiés, caídas y extravíos de rumbos.
La coincidencia de la fecha de este magno acontecimiento con el 161 aniversario del natalicio del Héroe Nacional de Cuba, José Martí, el 28 de enero, tiene, sin dudas, una significación especial, pues fue continuador de las ideas unitarias de Simón Bolívar y ferviente defensor de la búsqueda de un equilibrio salvador para la América y el mundo. Tanto valoraba el papel de la unión que lo expresó sintéticamente de esta manera: “Juntarse, ésta es la palabra del mundo.” Además, consciente de la misión histórica que ello tenía para los pueblos, señalaba: “Unificar es abreviar. Cada nueva comunidad, siquiera sea en detalles a primera vista poco graves, aprieta los lazos de los pueblos.”
En su constitución la Celac abarca 33 naciones independientes, con historias y rasgos comunes, pero también con características distintivas en asuntos como extensión territorial, población, historia, cultura, sociales, linguísticos y otros. Por lo tanto, el éxito de esta comunidad de naciones está en la unificación esencial en torno a un factor denominador común que promedie las diversidades naturales acumuladas en siglos de existencia colonial, neocolonial e independiente. El ahora de todos estos países es fruto de estas particularidades que aun están presentes con mayor o menor preponderancia, y de la cual se derivan la modalidad del poder de los estados y el tipo de gobierno que los rige.
La obra de la Celac estará inconclusa hasta que no integre a todos los territorios aun coloniales, cuyo caso más señalado es Puerto Rico, actual “estado libre asociado” de los Estados Unidos, y sobre el cual se analizará una propuesta de Venezuela, que servirá para enfatizar la política de descolonización de la ONU sobre este territorio usurpado a consecuencia de la guerra imperialista desatada por EE.UU. en 1898, durante su intervención oportunista en la guerra que libraban los cubanos por su independencia. En esta propuesta solidaria por la unión debe estar presente aquella alerta política de Martí: “lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos”. Por eso, para enfrentar la pretensión dominadora, se trata de reivindicar para el pueblo puertorriqueño su espacio vital en nuestra América, mal que le pese a la potencia conquistadora y rapaz. Y para ello, los dirigentes de nuestras naciones, más allá de cualquier formalidad del estatus actual, deben ser de aquellos que “ven para ahora y para luego, que es como se debe ver en las cosas de los pueblos, para quienes lo presente no es más que la manera de ir al porvenir”.
Nunca podrá olvidarse que la lucha por la independencia de Cuba y Puerto Rico tuvieron en época un origen similar en 1868, y eran para Martí “gemelas por el alma dolorosa y la esperanza indómita como por el capricho de la mar, gemelas por la pasión de la libertad y el ánimo valiente, gemelas por el cariño vivo a sus héroes comunes (…)”, y pronosticó en 1894, algo que jamás imaginó se prolongaría durante más de un siglo, que Cuba y Puerto Rico “entrarán a la libertad con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que todos los demás pueblos hispanoamericanos”. Además, consideraba que Cuba y Puerto Rico eran, “precisamente, indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente”.
Existen razones suficientes para valorar que una elemental justicia histórica y una política consecuente con el legado de los libertadores de nuestras tierras, obligan a ejercer una solidaridad firme con el pueblo latinoamericano que, desgraciadamente, cayó en las garras del águila imperial hace 115 años.
Por otra parte, todo lo que hoy se hace y hará en el seno de la Celac redundará en un mayor grado de libertad, independencia y felicidad de nuestros pueblos. Martí fue preclaro al señalar que “es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras”. Se trata, por lo tanto, de continuar la obra de fundar, de redimir, de incluir, de juntar, para gozar de un triunfo de pleno amor solidario entre nuestros pueblos.
En conclusión, para hacer realidad los planes y estrategias presentes y futuros de la Celac es válido el reclamo de José Martí, recogido en sus apuntes, en el sentido de que “juntarnos, es tan necesario que estemos todos juntos! Que nos sintamos fuertes y consolados para lo que tenemos que hacer”.
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