Anabel Yánez Rojas
“Hay que cambiar, estamos en tiempos de cambio”. Con recurrencia aparecen estas palabras y hasta imponen dualidades. Creen unos que llueve sobre lo mojado, otros, corroboran la transformación.
Y sí, algo hemos cambiado. Y digo algo porque una mirada a la dinámica circundante evidencia que existen muchas intenciones que no acaban de encontrar ejercicio práctico.
Sigue el desorden, el maltrato y la pésima calidad en la atención y los servicios luciendo sus mejores galas. Son los dueños y señores de una sociedad donde lo incorrecto ya es algo cotidiano y ajeno a mutaciones.
Ya es recurrente que no se cumplan los horarios. Dicen que abren a las 9:00 o las 4:00, eso dicen…
Lo corrobora la cola de la Pescadería ubicada en la calle San Carlos. Una unidad comercial que rara vez abre a su hora. La llegada de la mercancía establece el atraso y sobre el tiempo de Liborio recae la desorganizada planificación de los abastecedores.
Mientras la pescadería reinicia las ventas casi a su antojo, otras unidades comerciales sin descorrer sus puertas, cierran por lo general media hora antes de lo establecido. Después de las 4:30 de la tarde no oses en solicitar un producto, primero una mirada hiriente, luego el pedido, que rara vez complace al consumidor porque siempre existen equivocaciones.
Tras una jornada todos desean llegar a casa, pero quién garantiza que otros suplan sus necesidades en el único instante que están disponibles o interesados, amparados en su potestad como usuario.
Constantemente el cliente debe recordar o insinuar la hora ante la cercanía del cierre. Pero también debe esperar por los dependientes de la extensión de Cartoqui frente al Prado, que rara vez están disponibles al consumidor.
Así sucede en la gastronomía y el comercio, pero ocurre igual en los centros asistenciales. Por ejemplo, en la entrada del Policlínico de Tulipán, un fuerte grito de ¡A dónde vas!, relega al ¿Qué desea?
La desatención queda minimizada ante la carencia de instrumentos u accesorios imprescindibles en centros de salud. En tiempos de alta incidencia del dengue la consulta para febriles del Cuerpo de Guardia del Hospital Provincial no cuenta con un termómetro propio, mientras en el área de urgencias tampoco hay camillas o sillones de rueda suficientes. Decentemente el camillero contesta "están en reparación".
Inicia así una graciosa paradoja, al menos tienes respuesta, sin embargo, inexplicable para un centro de salud como el Hospital Provincial.
En toda esta vorágine ganan aquellos que asistidos por la razón defienden sus derechos a capa y espada. Pero, agota que el tránsito por esta dinámica requiera de constantes batallas contra depredadores sustentados en la desorganización. ¿Para eso no existen cambios? Pregunto, porque el cotidiano desorden, lejos de disminuir, engrosa.
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