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lunes, 7 de julio de 2014

Brasil-2014: Cuatro aspirantes, una corona

Müller, el alemán más brasileño que uno recuerda.
Rubén Uría

Recta final de un Mundial que ha ido menguando, de menos a más en cuanto a plasticidad, belleza y grandeza. La primera fase fue excelente, la mejor de una Copa del Mundo desde México 1986, los octavos de final conservaron emoción pero perdieron nivel y los cuartos, definitivamente, hicieron caer el torneo hasta el bostezo y la vulgaridad. Más allá del fracaso de España (que después de despedirse en primera ronda ni siquiera tuvo la dignidad de saludar a sus seguidores en el aeropuerto), del tempranero adiós italiano e inglés, de la revelación de la admirable Costa Rica y el soplo de aire fresco de la Colombia de James, el Mundial arroja unas semifinales tradicionales, con cuatro supervivientes previsibles: Alemania, Brasil, Holanda y Argentina. Como en Los Inmortales, sólo podrá quedar uno.


Alemania. Todos los ingredientes para ser campeón. Capaz de desarrollar dos planes con exactitud. Poner el acento en el nuevo orden germánico con un estilo de juego idéntico al de España, con nueve embustero y violinistas en la línea de tres cuartos, o tirar de plan B, con Lahm incrustado en el lateral para tapar las carencias de los centrales reconvertidos, Khedira para aportar músculo y Mitoslav Klose como 9 de referencia. Estilo latino o alemán de toda la vida. Detrás, para proteger a Neuer en su papel de líbero, centrales  limitados, con Hummels como auténtica garantía, líder absoluto y elemento diferencial. En el medio, amalgama de recursos: el comodín Lahm, el mortero de Kroos, la lanzadera de Schwensteiger o el poderío de Khedira en recuperación. Arriba, al son de Wagner y su carga de las walkirias, los Özil, Götze, Klose y el alemán más brasileño que uno recuerda, Thomas Müller. Es el momento de La Maanschaaft. Löw nunca tuvo tanto talento a disposición, ni circunstancias tan propicias como para poder demostrarlo. Alemania, que llegó hasta aquí imitando el modelo de España, aspira a suceder a los de Del Bosque en el torneo. Es el gran favorito al título.

Brasil. Entre partidos trabados, llantos masivos, rezos sistemáticos, alardes de Neymar y masajes arbitrales, el anfitrión ha sellado su camino hasta las semifinales. Es su Mundial y el guión, con renglones torcidos, se ha cumplido. Brasil peleará su hexa. A costa de traicionar el Jogo Bonito y rendir culto a un bloque contracultural, Scolari ha diseñado un equipo rocoso, de músculo, trabajo y pierna dura, donde Neymar tiene licencia para hacer lo que le de la gana. Pero hete aquí que, hasta O glorioso culo de Felipão tiene un límite. La vida sin Neymar será muy dura para Brasil. Y sin Thiago Silva, podría ser un infierno. Ese mismo al que Scolari mandaba a los periodistas que decían que la canarinha no enamora y sonroja a Tostao. Brasil competirá hasta el tuétano, nadie lo duda, y venderá cara su derrota. A favor, su localía, su gente y esa presión extra de unos jugadores convencidos de que el fútbol es una guerra y no un arte. La copia remasterizada de la Alemania de los años 90, enfundada en su mítica elástica amarilla, se resistirá a caer. Sin Neymar a mano y sin Nishimuras en el horizonte, Brasil es una incógnita. El coronel Scolari, orden sin progreso, sabe lo que le espera: será héroe nacional o siniestro total.

Holanda. Alejada de la alegría ofensiva, la selección de Van Gaal rezuma organización, temple y velocidad. Esta Holanda es la Italia de toda la vida. Trinchera atrás, dureza en el medio y velocistas en el contragolpe. Una Linea Maginot detrás (inexperta, pero cumplidora), un centro del campo solvente y una delantera que es pura dinamita. Sneijder lanza, Van Persie incordia y Robben ejecuta. Apoyada en la sapiencia de Van Gaal, que más allá de los prejuicios sobre su personaje, es un entrenador de primera fila, la Naranja Mecánica ha sorteado todos los obstáculos del campeonato. Destrozó sin piedad a España, apuró su contra ante Australia, dominó a Chile, supo sufrir ante México y dominó su vértigo a la catástrofe ante Costa Rica, sin venirse abajo por las paradas de Navas y el ruido de los postes. Holanda domina todos los registros del campeonato. Supo remontar, tener calma, ir a por el partido, conservar su ventaja y aguantar físicamente un alargue. Brasil es una oportunidad dorada para que, de una vez por todas, una de las más grandes del mundo corone su historia. Arjen Robben, en el mejor momento de su vida, es su Messi. Cuando él acelera, el resto del mundo parece ir en cámara lenta.

Argentina. De menos a más. Sabella, discutido antes y durante el Mundial, pisa territorio inexplorado desde Menotti y Bilardo. Argentina está entre las cuatro mejores 24 años después y se perfila como un clon de aquel equipo que alcanzó la final de Italia en 1990. No es una Argentina brillante y su fútbol no da para partirse la camisa. Es cierto. También lo es que su defensa parece haberse serenado, que el centro del campo ya no es tan voluble y que su delantera sigue siendo tan temible como parecía. Messi es el Maradona del 90. A medio gas, sin forzar, sin su mejor versión. Pero medio Messi es mucho. Suficiente para que, si el resto acompaña, pueda colarse en la final. Romero sería parapenaltis Goycoechea – no desde los once metros pero sí con intervenciones dignas de mención- y Di María ejercería de Caniggia. La cabeza somatiza que Argentina tiene demasiadas costuras en su patrón de juego como para salir campeón. El corazón dice otra cosa: que este equipo está en deuda con su público, que tiene que ponerse a la altura de su colosal hinchada y que Messi, que no admite comparación con nadie, está a dos partidos de jubilar a sus jubiladores. Hace años que sus fiscales le vienen ninguneando con el hecho de no tener ningún Mundial. Ahora el diez de dieces puede abrir bocas y también taparlas. (Tomado del blog del autor)

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