Julio Martínez Molina
Muchas de las calles norteamericanas están llenas de casas con banderas en el pórtico. El pendón nacional aparece sin falta en las obras audiovisuales. La historia patria, más allá de las notables distorsiones incorporadas, es motivo argumental recurrente de disímiles series, documentales y filmes de ficción; así como de innumerables libros.
En Cuba, salvo en instituciones estatales, resulta muy raro apreciar la enseña de la estrella solitaria en el portal de una vivienda; no sea en conmemoraciones especiales. El tema histórico, excepciones a un lado, sigue siendo poco tratado, soslayado o simple y llanamente mal contado en obras de ficción pertenecientes a cualquiera de las dos pantallas. Los intentos, las buenas intenciones existieron, existen; pero una extraña ecuación creativa (no solo relacionada con presupuesto) las hace naufragar en lo artístico.
En fecha reciente (el pasado 19 de junio) un articulista experto en temas cubanos del periódico izquierdista mexicano La Jornada se solidarizaba con su compatriota -también ducho conocedor de nuestro país-, Pablo González Casanova, en el sentido de difundir mejor la verdad de la Isla y la necesidad de contar con una historia general de la Revolución, para conocimiento de las nuevas generaciones o de muchas personas en el mundo requeridas e interesadas en poseer ese gran volumen.
Cuba y el tesoro de su historia, así se tituló el artículo, postulaba que “entre quienes estudian América Latina y el Caribe (ALC) y su historia en medios académicos no es infrecuente encontrar una visión sesgada, basada en bibliografía “posmoderna” sobre este acontecimiento, que con posterioridad a la Revolución Mexicana continúa siendo el terremoto cultural, político y social más importante de la historia de nuestra América y una de las mutaciones históricas que más influyó en el siglo XX y continúa influyendo notablemente en el siglo XXI. Sin el ejemplo de la resistencia de Cuba por más de medio siglo al bloqueo yanqui y a las ideas de libre mercado, nadie podría explicar coherentemente la clara orientación anti Consenso de Washington y la visión bolivariana y martiana de integración, de la extraordinaria rebelión de masas provocada en ALC por las políticas neoliberales y el consiguiente arribo al poder de gobiernos apartados del credo neoliberal (…)”.
Uno experimenta la inusual emoción de que un extranjero, con independencia de sus filias, simpatías e ideología, venga a recordarte lo anterior. Esa historia que hablan ambos, el filósofo y el periodista, en realidad está ya hecha a retales; pero no ha sido unificada, y en lo tocante al área post período especial permanece aún semivirgen.
No duele tanto eso de cierto, sin embargo, como que la magna historia de la colonia y la neocolonia (pasajes y personalidades con un sedimento real harto proclives a la ficcionalización fílmica, como todos sabemos) no convoque a más guionistas de episodios juveniles, aventuras, series, novelas para la televisión…, para no hablar del cine, que en el género histórico demanda un volumen mayor de recursos que para otras parcelas temáticas. Dichas obras, por hacer todavía buena parte de ellas, contribuirían a fomentar el orgullo por poseer un pasado tan glorioso, a aquilatar/comprender mejor el espíritu de resistencia de la nación, a hacer sentir ufanos a muchos de que fue en Cuba donde se vivieron hazañas tan valerosas y grandes como las de cualquier cultura o civilización. Esa carga de orgullo patrio no vendría mal ahora mismo.
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