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miércoles, 4 de marzo de 2015

Base Naval de Guantánamo: La historia de un despojo y el reclamo de Cuba para su devolución

Punto de control en la línea de demarcación del territorio
libre de Cuba y el ilegalmente ocupado por EEUU contra
la voluntad del pueblo cubano.
Andrés García Suárez

En contra de la voluntad del pueblo cubano el 2 de marzo de 1901 el Congreso de Estados Unidos otorgó su aprobación definitiva a la Enmienda Platt, inmediatamente firmada por el presidente de ese país, William McKinley. El texto —que es obra de Elihu Root, secretario de Guerra, y no del Senador Orville Platt cuyo apellido recibió el apéndice convertido en Ley— quedó incorporado a la Constitución de la República de Cuba por imposición del gobierno de Washington, como condición indispensable para otorgarnos la categoría republicana. Fue un chantaje que sólo así logró el voto de legisladores que realmente eran patriotas y aborrecían la maniobra.

La cláusula siete de la Enmienda, otro cepo sobre el cuello del Caimán, expresa: “Para poner en condiciones a los Estados Unidos de mantener la independencia de Cuba y proteger al pueblo de la misma, así como para su propia defensa, el Gobierno de Cuba venderá o arrendará a los Estados Unidos las tierras necesarias para carboneras o estaciones navales en ciertos puntos determinados que se convendrán con el Presidente de los Estados Unidos”.
Los “puntos determinados” ya los tenía muy claros el Almirante George Dewey,  jefe de la Naval General Board y representante de los grandes intereses financieros y militares de EEUU, quien el 9 de febrero de 1901, cuando comenzaba sus labores la Asamblea Constituyente cubana y la Isla estaba bajo la primera ocupación militar norteamericana, alertó al Presidente norteamericano: “Estados Unidos necesita la posesión permanente  (¡atención!, dijo “posesión permanente”) de las bahías de Guantánamo y de Cienfuegos.  Debe ser en un radio de diez millas en torno al fuerte El Toro de Guantánamo y alrededor de la Iglesia Catedral de Cienfuegos…”.  Lo curioso e importante es que en lo que dio en llamarse “Convenio de arrendamiento” no hubo ni real convenio ni cabal arrendamiento, porque este tipo de documento se concibe legalmente con una fecha de caducidad o término que no se consignó y por eso se extiende aún en el tiempo sin legalidad. El Gobierno Revolucionario no cobra desde 1959 por ese concepto la ridícula cifra del “alquiler” anual en señal de protesta y desconocimiento de la operación. Actualmente existe allí una prisión internacional para prisioneros políticos que son cruelmente torturados.
Resultaron vanas, a principios del siglo XX, las gestiones de una Comisión que los patriotas cubanos crearon para intentar salvar la soberanía cubana y la enviaron a Washington para discutir el asunto de la cesión de terrenos de nuestro territorio. Contra la imposición imperial alzaron sus voces o emitieron ponencias, patriotas tan notables como Salvador Cisneros Betancourt, Juan Gualberto Gómez, el General Lacret Morlot, Manuel Sanguily, y otros, y también la prensa nacionalista con sus caricaturas tan ilustrativas denostó el chantaje. También el pueblo protestó en manifestaciones populares y coreaba: “Nada de carboneras…”. A todos repugnaba  entregar partes del territorio y preocupaba los peligros de guerras dentro de nuestro país que ello entrañaba.
La frase impositiva del presidente McKinley al títere Tomás Estrada Palma, respecto a que: “¡Es una  decisión del Gobierno de Estados Unidos!”, y la pronunciada por Root, el Secretario de Guerra, ambas en 1901, a la Comisión cubana que fue a Washington: “Eso no tiene discusión porque esas bases son esenciales para la seguridad de Estados Unidos por su posición estratégica!”,  resultan semejantes en su prepotencia a la que funcionarios norteamericanos dijeron, en fecha reciente, durante la primera ronda de conversaciones binacionales, y algunos voceros de Washington recalcaron en la prensa internacional respecto a que: “no es negociable, no es discutible, ahora, el asunto de  la Base Naval de Guantánamo”.
Incluso ahora, el pasado 23 de enero la señora Roberta Jacobson, al frente de la delegación enviada por Washington a esa primera ronda de conversaciones enfatizó que: “Estados Unidos no ha modificado sus objetivos estratégicos hacia Cuba, lo que cambian son las formas”. (Las tácticas). Solo que ahora la parte cubana recalcó en que los futuros nexos deben basarse en los principios del derecho internacional refrendados en la Carta de las Naciones Unidas y las Convenciones de Viena sobre las Relaciones Diplomáticas y Consulares. Y nuestro Presidente Raúl Castro Ruz fue explícito en la III Cumbre de la CELAC al expresar: “El restablecimiento de las relaciones diplomáticas es el inicio de un proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales, pero esto no será posible mientras exista el bloqueo, no se devuelva el territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval de Guantánamo, (…) Si esos problemas no se resuelven, este acercamiento diplomático entre Cuba y Estados Unidos no tendría sentido”.
Observemos que a 53 años de la firma del Decreto 3447 del Presidente John F. Kennedy y la entrada en vigor el 7 de febrero de 1962 de la declaración formal del bloqueo a la Isla, éste persiste, está intacto en su crueldad. Pero, ¿por qué ellos insisten en llamarlo “embargo?. No es una cuestión semántica sino conceptual. Porque “embargo” es término jurídico frecuente en el mundo legal, pero bloqueo entraña un acto de guerra que es ilegal. Entonces, resulta un contrasentido llevar a cabo agresiones contra un país con el cual se pretende restablecer relaciones. Es una discusión que tiene que enfrentarse en el Congreso de Estados Unidos y desmontar allí el entramado legal que lo sustenta. 
Como el momento que se abre no significa que el Gobierno norteamericano haya renunciado a su intención de poner a Cuba bajo su esfera de influencia, —es solo un cambio de táctica, como señaló la señora Jacobson—,  frente a esta realidad se impone encontrar en las reservas de nuestra identidad como pueblo las respuestas adecuadas para que el proceso en marcha tras dos rondas ya de diálogo no socave nuestra dignidad y no nos devuelvan a un estado de dependencia oprobiosa que ya vivieron nuestros antecesores.
Resulta muy necesario que nuestros jóvenes encuentren en el aula, donde se forma la conciencia de la Nación, en los hogares y en los medios de comunicación, los hitos de nuestra cultura e historia patria, de nuestro humanismo y nuestro internacionalismo. Ignorar el pasado compromete el futuro.
 “A semejanza de la política y la religión  —dijo el teólogo brasileño Frei Betto en el reciente Congreso Internacional Pedagogía 2015— la educación (y el conocimiento de la historia, agrego) sirve para liberar o para alienar, despertar protagonismo o favorecer el conformismo, propiciar una visión crítica o legitimar el status quo como si fuera inmutable, promover la praxis transformadora o sacralizar la dominación”. Por eso importa conocer la hermosa historia de Cuba, las raíces de todo lo que ahora se discute, y a los mejores luchadores.  Así sabremos seguir mejor a éstos y ser también protagonistas del futuro.

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