Santiago Gamboa*
Días apacibles en La Habana y en Cienfuegos como jurado del premio Casa de las Américas, leyendo manuscritos de más de veinte países, sobre todo de Argentina y de Cuba, pero también de Colombia, que tiene una gran tradición en este certamen. Días poco calurosos e incluso fríos, con un frente que proviene del norte y encabrita el bello mar habanero, haciéndolo saltar sobre el Malecón e inundar la primera fila de casas del Vedado, donde está mi hotel, el Presidente, cuya piscina tiene forma de ataúd porque, según dicen, los mafiosos italianos que lo construyeron enterraron debajo a varios de sus enemigos.
La gran pregunta al pasear por esta increíble ciudad, concebida con la exuberancia y la sofisticación de la capital de un imperio, es el futuro de Cuba, claro, ahora que su relación con Estados Unidos es amistosa y el dichoso bloqueo parece entrar en fase de desmonte.
Dicho de forma abrupta: el futuro de la isla, ¿será norteamericano o latinoamericano? He escuchado por aquí y por allá, hablando con cubanos y extranjeros, todo tipo de predicciones. Hay quienes creen que Estados Unidos se va a abalanzar sobre Cuba con millones de dólares en inversiones y proyectos, que los empresarios cubano-americanos controlarán el furor vengativo de los cubanos de Miami y sencillamente vendrán a explotar la enorme capacidad turística y económica del país, haciendo borrón y cuenta nueva. Esta hipótesis, bastante realista, da pie a más preguntas: ¿Y qué querrán a cambio esos inversores? La absoluta mayoría de cubanos con los que he hablado dicen estar de acuerdo con que Estados Unidos regularice su relación y abra el comercio, pero que no piensan renunciar a sus principios. La idea es mantener el socialismo pero con más dinero y más actividad comercial, mirando hacia experiencias como la España de Felipe González o la Francia de François Mitterrand.
Esto sobre el papel suena muy bien y sería muy deseable. La inmediata consecuencia sería para Puerto Rico, que dejaría de ser la isla consentida de Estados Unidos en el Caribe. Porque si las cosas salen bien, Cuba podrá ser la verdadera plataforma de unión entre las diferentes américas: la anglosajona del norte, la multicultural del Caribe y la latina de los países de habla hispana y portuguesa. Es decir, el papel que Puerto Rico nunca pudo hacer por su situación de país invadido militarmente por Estados Unidos, a pesar de ser una cultura claramente latinoamericana.
Cuba, desde el centro del Caribe, fue siempre la joya de la corona de los países a los que ha estado unida en el pasado: al imperio español, hasta la independencia; a Estados Unidos, hasta la revolución, y luego a la Unión Soviética, hasta la caída del muro de Berlín. Su influencia y su concepción de América como unidad cultural y continental hace que esta hipótesis optimista sea, claro, la más deseable: una Cuba estrechando lazos y uniendo dos manos: la de Estados Unidos y Canadá con la de América Latina. En este contexto, la Casa de las Américas, con una tradición enorme y con la previsible ayuda económica de instituciones culturales de lado y lado, podrá ser uno de los grandes centros en lo relacionado con cultura. De este modo el viejo sueño de la unidad latinoamericana podrá volver a circular, en la órbita de grandes urbes como México DF y Buenos Aires, pero con su centro en La Habana. (Tomado del diario El País, de Colombia)
(*) Escritor y periodista colombiano. Jurado del premio Casa de las Américas 2016.
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