Lázaro Fariñas (Periodista cubano radicado en Miami)
Bastaron menos de tres horas para que el jurado compuesto por doce personas, en su mayoría de origen hispano, encontrara a Luis Posada Carriles inocente de todos los once cargos. Es increíble que un juicio que duró 14 semanas le tomara tan poco tiempo al jurado para hacer su veredicto. A Posada se le juzgaba por fraude, perjurio y obstrucción. En otras palabras, se le juzgaba por mentir a las autoridades, no por los hechos que cometió. Al utilizar un pasaporte guatemalteco falso, estaba cometiendo un delito, pero no lo juzgaban por eso. Lo juzgaban por haber mentido a los oficiales de inmigración al negar el haber utilizado el pasaporte guatemalteco con su foto y un nombre falso. Lo mismo que con las bombas que explotaron en instalaciones turísticas de Cuba, de las cuales se hizo responsable ante una periodista del New York Time y de otra de la cadena de televisión Telemundo de Estados Unidos, el gobierno no lo acusaba por ser el autor intelectual de las explosiones, sino de mentir cuando le preguntaron si tenía que ver con las mismas.
Es un triunfo indudable para los abogados defensores de Posada que lograron hacer creer a los doce miembros del jurado que su cliente no mentía cuando mentía y también es un triunfo innegable para la ultraderecha cubano americana de Miami al tener en la calle libre a uno de sus héroes preferidos. Todos los que, más o menos, hemos seguido el juicio que se estaba llevando a cabo en El Paso, Texas, pensábamos que las pruebas contra el acusado eran irrefutables y pensábamos que, por lo menos, dos o tres años iba a cumplir en la cárcel. Pero no fue así. Tengo que aceptar que me equivoqué, como también me equivoqué con el juicio que se llevó a cabo, aquí en Miami, contra los cinco cubanos antiterroristas acusados de espionaje por las autoridades de este país y los cuales, no solamente fueron hallados culpables, sino que fueron sentenciados a largos años de prisión; en el caso de Gerardo Hernández, a dos cadenas perpetuas, más quince años; a Ramón Labañino, a una cadena perpetua, más dieciocho años, y a Antonio Guerrero, una cadena perpetua, más diez años. Quien estaba al tanto de los pormenores de aquel juicio, lo más que podía pensar era que iban a ser sentenciados a cuatro o cinco años de cárcel y después deportados a Cuba. Por lo que se probó en el juicio, quienes debieron ser encausados en aquella ocasión fueron los testigos que allí se presentaron y no los cinco jóvenes cubanos.
Con la absolución de Posada Carriles, se vuelve a demostrar que la justicia norteamericana es, en muchas ocasiones, injusta. Un buen abogado, una fiscalía torpe y una jueza ambivalente y permisiva, pueden hacer maravillas en una corte de justicia de este país y más, si el juicio tiene que ver algo con Cuba. Hasta la saciedad se ha demostrado que Posada fue el inventor de la idea de poner las bombas en la Isla. Los centroamericanos que están allá presos, lo han identificado como la persona que los reclutó, los entrenó y les pagó por sus actos terroristas. Posada declaró públicamente que él había sido el autor de los mismos, e incluso, ante la muerte de un turista italiano, que murió en uno de esos actos, declaró que el turista estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. De todas formas y por las razones que fueran, el gobierno norteamericano no lo estaba acusando de esos hechos, sino de haber mentido sobre los mismos. De haber mentido, fue encontrado inocente Luis Posada Carriles, el héroe de la Calle Ocho de Miami, el titán de la ultraderecha cubanoamericana.
Los jóvenes cubanos que buscaban evitar que se cometieran actos terroristas en Cuba, cumpliendo largas condenas en las cárceles de los Estados Unidos; los que cometieron los actos terroristas, muertos de risas por las calles de Miami, gozando de plena libertad. Como dijera Madam Roland, “Libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”.
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