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domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Acabaremos, de verdad, el reunionismo?

Julio Martínez Molina

Hace casi diez años, cuando todavía no habían acontecido los pronunciamientos oficiales sobre el tema en las más altas instancias legislativas de este país, un grupo de periodistas ya alertábamos en páginas de medios nacionales o locales sobre la incidencia nefasta del exceso de reuniones en las dinámicas laborales del sistema productivo cubano.
Lamentablemente, ni aquellos humildes planteamientos en la prensa ni las agudas observaciones gubernamentales al respecto contribuyeron en demasía a la retracción del fenómeno. Resulta doloroso atestiguarlo; pero ante verdades semejantes no queda otra que decir como Hegel ante las montañas: “Así es”. A la situación nacional de desperdicio del tiempo Álex de la Iglesia la valoraría como un “crimen ferpecto”. Pío Baroja, en cambio, quizá se hubiera parodiado a sí mismo para rubricar su caricatura de este drenaje al quehacer cotidiano, mediante un título que mofa-semantiza las horas idas entre planteamientos redundantes, manos alzadas, reiteración de problemas conocidos: “El mundo es ansí”. Y sí, nuestro mundo cubano es “ansí”, con la distorsión ex profesa.
  
La lluvia reunionista no ha menguado, el aguacero prosigue con ráfagas cuya intermitencia (una semana más, la otra un poquito menos), sin embargo, en nada interfiere en la presencia constante de estos ¿inevitables? foros. No hay día en este archipiélago en el cual no se realicen miles de tales encuentros, doquiera, por cuanto fuere y a tenor de a quien complaciere. Y no puede existir economía en el mundo que pueda soportar que de las ocho horas de labor pactadas en la modernidad, dos de ellas (cuando poco) sean empleadas para tales efectos. Mientras las reuniones usurpan la jornada de trabajo, planes importantes continúan sin cumplirse; una superficie bochornosamente grande de la tierra sigue sin cultivarse; la productividad no aumenta; los precios ascienden como Superman volando con Lois Lane a punto de un orgasmo; crece la corrupción; las vacas son sustraídas a las dos de la tarde de los potreros; por vender se vende desde alcohol de madera hasta carne de perro disfrazada de chorizo…
Ante tal panorama, entonces, la pregunta de los cinco mil millones: ¿está generando resultados tamaña cantidad de reuniones encaminadas a chequear compromisos, marchas de los cumplimientos, el color del alambre con el cual  van a cercar la finca, el tipo de lápiz a usar para rellenar los informes…?
Pecaría de deshonesto e ingenuo el periodista si no admitiese que en realidad hay algunas que sí son necesarias, imprescindibles, y sin las cuales las cosas andarían muchísimo peor; ahora bien, existe otro generoso grupo que, en la era de la tecnología, bien pudiera sustituirse o mediante el viejo teléfono, un simple correo o una videoconferencia. En definitiva, no es necesario tocar a la persona para hablar con ella. El cocotazo también se puede dar por televisión.
En un país del Tercer Mundo, bloqueado por la mayor potencia económico-militar de la historia humana, todas las organizaciones e instituciones tienen sus asambleas, plenos, foros, congresos, encuentros mensuales, trimestrales o semestrales. No pocos de estos encuentros -algunos de los cuales duran de cinco días a una semana o más- acontecen en provincias lejanas, con el consiguiente gasto de combustible en la transportación, dinero constante y sonante para los múltiples preparativos derivados de eventos semejantes, a cuenta de los consejos de administración provinciales. A la larga, varios de estos encuentros son mero pretexto para la “fiesta y pachanga”, mientras solo dedican un diez por ciento del tiempo a lo estrictamente profesional
Eso hoy día ya no lo hacen ni siquiera en la Península Escandinava, el “paraíso terrestre”. Quien vio la película Up in the air confirmaría cómo también se convirtió en mala palabra dentro de los Estados Unidos luego de la crisis financiera de 2008. No obstante, nosotros, únicos como somos, no cesamos en nuestras francachelas multitudinarias; encuentros para saber quien llegó primero al mundo, e incluso hasta modalidades totalmente endémicas del archipiélago: “la reunión de la preparación de la reunión”. ¡Inéditamente dadaísta! Los mejores escritores y cineastas del planeta debían venir a Cuba (con los gastos pagados por ellos, a fin de ser consecuente con lo hablado) para tomar materia prima argumental dirigida a la elaboración de sus obras.
Hace poco visité Camagüey. Pese a los notables avances, su sabana norte continúa llena de marabú con todo y la recordada crítica, pero en su Combinado Lácteo unos inversores chinos harán maravillas. Los asiáticos montan un sistema de trabajo allí, consistente en que cuando uno termina de laborar el otro se levanta de su litera y arranca. De ese modo, la producción no cesa. Y es China, señores, aquel gigante dormido, como le llamó Napoleón, el cual despertó hace rato para tragarse al planeta, incluido al imperio yanqui dentro de pocas décadas. Mientras, Nosotros los pobres, seguimos reunidos aquí. Si Pepe el Toro lo viera. Es que lo llevamos en la sangre. Está en la estructura ósea; en el encéfalo. Es sistémico. Quisiera equivocarme a planute, pero mucho más la objetividad que el escepticismo me hacen desconfiar en que seamos capaces de erradicar ese mal en poco tiempo.

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