Juro por Alá que ya ni yo mismo sé cómo me morí. |
Entre las más controvertidas, y también "recientes", figuran las del atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 o la de las famosas armas químicas iraquíes que nunca aparecieron pero dieron el pretexto para una invasión, aunque no es a ninguna de ellas a la que quiero referirme. La que mueve a este comentario tiene que ver con Osama Bin Laden, pues de acuerdo con un sorprendente artículo publicado en el London Review of Books, el líder de Al Qaeda no murió como Estados Unidos ha contado hasta hoy, cosa que por supuesto ya no extraña a nadie.
Así lo asegura el ganador del premio Pulitzer Seymour Hersh, quien en el citado escrito desmonta pieza a pieza la versión ofrecida por el Gobierno de Barack Obama, y explica que aquel que entrenaron y armaron y a quien atribuyen la voladura en Nueva York, resultó víctima de una misión mucho menos hollywoodiense de como se lo dijeron al mundo.
De acuerdo con el relato "oficial", los Navy Seals (comando de tropas especiales de la Marina) entraron en Pakistán el 2 de mayo de 2011 para actuar de manera rápida y contundente contra un enclave en el que se escondía el terrorista. Para que la acción tuviera éxito, nadie avisó a las autoridades del país, que desconocían tanto la existencia de la misión como que Bin Laden se encontrara en la ciudad de Abbottabad, al norte del país.
Tal como muestra a lo Hollywood la película La noche más oscura (Kathryn Bigelow-2012), los soldados entraron a tiro limpio en la casa, enfrentándose a varios milicianos de la escolta del "cabeza de turco", mataron al ideólogo del 11S y se llevaron su cuerpo para tirarlo posteriormente al mar. Esa es la versión oficial de la 'Operación Gerónimo', que hasta nos acompañaron con una foto del gabinete gubernamental viviendo en directo la operación, y nos muestra a una "horrorizada" (entonces) secretaria de Estado que se tapa la boca atajando un grito... Una escena digna de un Tony, el equivalente al Oscar para el teatro.
Pero bien, si inmasticable era aquella, ahora el señor Hersh se nos apea con otra historia tan poco creíble como la primera, según la cual —escuchen o lean bien, según sea el caso— en realidad Bin Laden no estaba oculto en Pakistán, sino que era prisionero de los servicios de inteligencia paquistaníes (ISI) desde 2006. Para apuntalar su relato, el autor, que ganó notoriedad en 1969 con sus notas de denuncias sobre la masacre de My Lai, en Vietnam, cuenta que un ex-oficial de inteligencia paquistaní indicó a los Estados Unidos el paradero del líder de Al Qaeda a cambio de 25 millones de dólares.
La nueva versión, digna de guión para otro bodrio filmico como ya aludido, continúa con el alegato de que el ISI habría utilizado durante cinco años al líder de Al Qaeda para usarlo en contra de los talibanes y operaciones que beneficiaran a Pakistán frente a los terroristas. Tras conocer el paradero de Bin Laden, los estadounidenses enviaron una misión para asesinarle, cosa que hicieron sin necesidad de disparar a nadie en el complejo, ya que enterada a última hora de que un grupo de Navy Seals se dirigían hacia allí, los guardias de la inteligencia pakistaní abandonaron el prisionero a su suerte.
De acuerdo con el artículo de Hersh, todo apunta a que la muerte de Bin Laden fue más parecida a un linchamiento que a una refriega con intercambio de disparos y riesgo para los atacantes, pero tal cariz le restaba puntos a la patriótica historia de cómo fue abatido el supuesto autor intelectual del 11-S. De acuerdo con la investigación, el cuerpo del líder de Al Qaeda no fue sepultado en el mar, sino troceado y sus restos esparcidos por las montañas paquistaníes.
Para crear este relato, el ganador del Pulitzer afirma haber contado con datos revelados por un alto funcionario estadounidense. Además, la historia ha sido corroborada por dos consultores del Comando de Operaciones Especiales estadounidense y también con fuentes paquistaníes.
Cabe esperar entonces que sigan apareciendo historias que expliquen el porqué de los trágicos destinos del comando que participó en el ajuste de cuentas (¿echarle tierra a los acontecimientos reales?), una razón para la orden presidencial de destruir las evidencias fotográficas del operativo o arrojen luz sobre la documentada versión de la voladura de uno de los helicópteros en que se evacuarían los Seals al término de su poco digna misión de ejecutar a mansalva a un prisionero. Digo, si es que al final esta es la trama real, o solo una pista falsa para seguir armando el prontuario de historias no contadas por Washington.
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