Julio Martínez Molina
Que el ser humano reformula o modifica al paso de los años algunas de sus ideas, en virtud de un mundo cambiante al cual debe interpretar volcándose al interior de su dinámica dialéctica y no gravitando desde una órbita externa de coordenadas inamovibles, es una verdad incuestionable.
Mas, de ahí a remodelar todo su cuerpo de pensamiento de forma progresiva hasta desdibujarse en el recuerdo lo que algún día fue aquel y contornearse en el presente las líneas de una nueva mentalidad reacia a validar antaños principios, va no solo una larga distancia sino un cambio de denominación de su actitud.
El mundo toma el café cada mañana ante periódicos que reproducen los rostros y nombres de tránsfugas ideológicos de toda laya y estrado (políticos, intelectuales, periodistas…), quienes desvergonzadamente trocaron de súbito, o de a poco, su pensar.
Los cambia-casacas de la opinión, a quienes no está inmune ningún sistema político o geografía, suelen dar bandazos espeluznantes que resignifican hacia el campo de lo mendaz e ilegítimo toda una, casi siempre, punzante retórica de vida previa. Puros personajes de Voltaire y G. B. Shaw.
Se sabe, desde siempre y no de ahora, que los cambios de modulación del timbre de un inconsecuente nunca encierran mucho rango de pureza en el mensaje. Aun más si sus ambivalencias se registran en períodos de tiempo muy cercanos o varían ¡entre una revista o un periódico impreso y un sitio digital cuyas sedes solo están separadas por par de cuadras!
A este comentarista (de forma personal, no importa que remarcarlo constituya un pleonasmo, en tanto debe acentuar el carácter individual de la apreciación) no dejan de asombrarle las divergencias tonales que aprecia entre quienes adoptan una postura/criterio en un medio de prensa para luego transfigurarse auerbachianamente en otro.
Es socorrida la evocación de un crítico de cine cubano quien, medio siglo atrás, publicaba una reseña negativa y otra positiva del mismo filme, según el órgano para el cual la escribiera. Pero la vida social, política, la realidad cotidiana de un país difiere mucho del ámbito cerrado y fictivo de una cinta.
Deviene cuando menos poco serio asumir una posición al opinar de cara a determinado órgano, para luego desmarcarse en otro, aunque supuestamente el segundo sea menos “oficial”, más “independiente”, se escriba “con más desenfado”, en fin…
¿Qué sentido guarda desbarrar en un blog o más cual portal de cuanto de forma previa (o paralela) fue (es) defendido en la revista o el periódico impreso? ¿Cuál podría ser la interpretación de semejante devaneo conceptual?
La vida está llena de matices, nada es blanco y negro; sin embargo hay asuntos en lo que se es o no se es, sin medias tintas. Se es madre, no media madre; se es canguro, no medio canguro; se apoya determinada idea, no se la aúpa en un estrado mientras se le cuestiona o hasta impugna en otro.
Opinar representa un derecho de todos, no resulta patrimonio exclusivo de los periodistas aunque estos últimos tenemos el deber moral de practicar su ejercicio absteniéndonos de establecer juicios a la precipitada; de criticar y apostar por soluciones e ideas con argumentos certeros, no asidos a criterios festinados. La tecla se resiente cuando es movida por el rapto impulsivo y no por la razón. Ha de censurarse sin cesar lo erróneo, anquilosado, desvirtuado, nebuloso, fútil, aunque sin perder el blanco de cuanto se pretende plantear, porque para confundir a la audiencia es mejor callar. Quienes practicamos el oficio hemos de justipreciar causas, valorar contextos, comprender esencias. En nuestro compromiso ineludible de servir al pueblo e intentar traducir una época tampoco podemos dejarnos conducir por apasionamientos que a la postre desvirtúen las nobles intenciones por casi todos compartidas.
Pese a los múltiples rostros que pueda asumir, y de hecho asuma, la construcción subjetiva elaborada por el gestor del mensaje, dejará mucho que desear para el receptor constatar cómo quien postula un discurso sobre determinado tema puede autorreformular tono o esencia misma de este, con facilidad camaleónica.
A larga el opinante bifronte -o de dos caras- no decide sus actos en conformidad con un determinado ideario, sino en virtud del estado de ánimo, las coyunturas, para donde tiren los vientos… No quedará su obra a la postre como madera periodística digna de fiar.
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