Enrique Colina*
Hace muchos años que dejé de ejercer la crítica de cine, aunque en esencia, más que discurrir sobre la cinematografía en sí misma y la valoración purista de su discurso artístico, mi intención siempre fue la de acercarme al análisis de la realidad a través del cine. Aclaro entonces que esta no es una crítica de cine.
Conducta, el más reciente filme cubano del realizador Ernesto Daranas, me convida a reflexionar sobre ese soporte ético fundamental en el que la Revolución Cubana construyó su proyecto social: la honestidad del hombre y, en consecuencia, una solidaridad humana basada en la integridad de sus principios y el respeto a su dignidad.
Nadie puede negar la deformación de valores provocada por la esclerosis de un proceso estancado en una práctica burocrática, retórica y autoritaria, paradójicamente inspirada en un ideal de justicia social, pero sorda y de espaldas a las advertencias y al reclamo de cambios de una sociedad empobrecida y sumida en la evocación de los sueños heroicos.
El individuo es sujeto y objeto de esa realidad, pero al discriminar su papel protagónico y activo en su transformación lo convierte meramente en su receptor pasivo. Si Descartes proponía aquello de, "pienso, luego existo", es inevitable entonces la inversión materialista de su tesis en, "existo, luego pienso"… Y materialista es sin dudas que quien vive en la mierda se comporta como la mierda. Aunque siempre, por aquello de la negación de la negación, hasta en la misma mierda -residuo orgánico que se convierte en abono-, existen los que se rebelan contra la mierda.
De forma más refinada, artística y sensible creo que Conducta refleja esta tesis. Y así como el cine cubano en distintas etapas de su desarrollo ha sabido detectar y diagnosticar los síntomas, las causas y consecuencias de este deterioro -no sin sufrir el acoso dogmático y represivo de los promotores del mismo, pero siempre en pie de lucha-, este filme se inserta en esta tradición del auténtico compromiso humanista revolucionario.
Conducta refleja el mundo marginal provocado por las carencias materiales de esa realidad social ignorada por los medios, donde buscarse la vida pasa por las formas ilegales y por aquellas que no deberían serlo, pero que una legislación arbitraria y restrictiva, basada en preceptos de un socialismo equivocado, ha impregnado de prohibiciones y tabúes la existencia ciudadana coartando la iniciativa individual. Dentro de este contexto agresivo donde la frustración incuba una violencia todavía confinada, se debate la preservación de la espiritualidad, humanidad y futuro de los protagonistas de su historia. El niño es el objeto debatido, la metáfora de un futuro incierto sólo hipotéticamente rescatable gracias a la consecuencia y al compromiso ético de una educadora dispuesta a enfrentar el acoso de una estructura marcada por el mecanicismo burocrático, hipócrita e insensible, que la misma deformación sistémica ha engendrado en todas sus expresiones institucionales. Ese personaje censor que decide lo que es correcto políticamente y se cuida bien de silenciar las disonancias que incomoden a sus superiores y pongan su confiabilidad en entredicho afectando sus mezquinos intereses. Conflicto de rescate en un entorno presente de naufragios y fracasos, aquí referido al ámbito educacional y por tanto a la proyección futura de una sociedad donde se dirime la preservación de un hombre dispuesto a decir lo que piensa, a defender sus criterios y a afrontar las consecuencias de sus actos.
Pero la película, como arte auténtico y conmovedor es la atalaya desde la que se vislumbra y constata una realidad muy difícil de cambiar, un llamado de emergencia más movilizador que todas las arengas reformistas en favor de un cambio de mentalidad, sobre todo cuando las causas de la realidad deformante permanecen intactas. A saber, estructuras verticales y rígidas que inspeccionan con rigor sus propias grietas oxidadas para supuestamente poner orden desde una cima de poder incuestionado y rígido, como el modelo militar en el que se inspiran. Rigor cuartelario que se obstina si descubre que su discurso es cuestionado o, como en el filme, si una estampita religiosa colocada por la iniciativa de una niña aparece en el mural de la escuela, metáfora del altar de culto a una prédica retórica e inmovilista.
Conducta me hace pensar en todo esto que he escrito, al igual que debo reconocer que su producción y exhibición pública es un buen síntoma de desahogo, que suma participación colectiva a la reflexión sobre nuestro presente y futuro nacional con una invitación tácita a imitar, por la producción de la película en sí misma y por el personaje de la maestra de su historia, la conducta de civismo público de la que tanto estamos necesitados. Su final queda abierto como el grito de auxilio esperanzado que el futuro le hace al presente, que todavía hoy, a pesar de los pesares, defiende su esencia humanista más auténtica con los cojones de esa maestra que no se retira ni renuncia a la lucha.
No señalo nada acerca de sus valores estéticos, que ya los críticos sabrán valorar, porque están implícitos en esa autenticidad conmovedora con que sus personajes y situaciones reflejan estas ideas.
El espíritu polémico, artístico y comprometido con su realidad del cine cubano sigue vivo y se mantendrá con películas como esta. (Reblogueado desde Cine Cubano, La Pupila insomne)
- Para acceder a la ficha técnica del filme, pinche aquí.
(*) Director y crítico de cine. Realizó y dirigió en la televisión cubana, por más de 30 años, el programa semanal de crítica cinematográfica 24 x Segundo.
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