Jorge Legañoa
Cuando se camina por el centro de Caracas, uno se da cuenta de que el pueblo se conectó con su líder más allá de la política, con un misticismo que llega a lo religioso. En algunas tiendas de objetos religiosos se pueden encontrar al lado de la efigie de "Nuestra Señora de Coromoto" —la patrona de Venezuela—, una estatuilla de Chávez. Hay quien lo llama "el santo de los pobres", mientras otros lo comparan con José Gregorio Hernández, un médico de principios del siglo XX venerado por los venezolanos por su labor con los pobres.
Aunque los enemigos del chavismo quieran silenciar la voz de Chávez, es imposible, porque los venezolanos ven a diario su figura, sus ojos pintados en las calles y edificios altos de Caracas, recuerdan el carisma de un hombre que bailaba, cantaba, cuya vida era un show y que se entregó por completo a una causa justa;
pero más que la imagen, por donde hoy se camina en estas tierras, se ve la huella de una Revolución bolivariana que ha construido una mejor Venezuela.
No es difícil encontrar a jóvenes tatuados con la firma o los "ojitos" de Chávez. Dicen que es su homenaje, pero es más que eso: "para no olvidar jamás lo que significa ser chavista", porque en estas tierras, sin dudas, Chávez es una luz que no se apaga aunque la muerte se interponga.
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