Portada de Amore mío, el disco de Thalía contentivo del evasor número titulado Cerveza en México. |
Sin relegar por ello el visionaje constante de cine universal y series anglosajonas, he dedicado buena parte de los meses recientes a escuchar muchos discos difundidos durante 2014: excelsos, buenos, regulares, malos e infames. Entre estos últimos se encuentra Amore mío, último álbum de la cantante Thalía, fonograma indefendible donde los haya, cuyo track cuatro, titulado Cerveza en México, además de un estropicio musical constituye -en su letra- abierta falta de respeto a la situación afrontada por ese pueblo.
El tema en cuestión habla de una buena para nada a quien cuanto único le interesa es seguir “tomando cerveza en México”, sin importarle “el futuro” o “que pasará”. Y nada más. Amore mío completo resulta así de enajenante.
La muñequita de las telenovelas nada tiene que ver con René, quien se plantó en los Grammy Latinos con ese irreductible “Ayotzinapa, faltan 43” en el pulóver. Claro, el vocalista de Calle 13 es un creador; mientras que la también empresaria y modelo otro pelele más de la disquera Sony. Ella, quien vive, lejos de todo, en su mansión yanki, tiene vedado hablar de normalistas muertos, ni de un país anegado en la sangre de 140 mil de sus hijos caídos en ocho años como consecuencia del orinar constante marcando territorio de los carteles de la droga para abastecer al mercado EUA: fuente madre, el águila calva, de todas las desgracias sucedidas en la tierra de Benito Juárez.
La mejor mentira del diablo es hacernos creer que no existe y la nana más linda con la cual el mercado durmió a millones de mentes es que ni el arte ni los artistas son políticos. Todavía, a cada rato, te encuentras por ahí un titular que enarbola tal postulado-sofisma. Patrañas. El artista es un homo politicus por excelencia hoy día, tanto por cuanto habla como por cuanto calla.
Aunque, en honor a lo real, la verdad de México le queda grande a Thalía. Le cabe explicarla mejor a gente como el director de cine Luis Estrada por conducto de su brutalmente exacta película El infierno, o al científico social estadounidense James Petras: “el gran crimen es que los medios siempre hablan de los cárteles y asesinatos allí, pero no hablan del vínculo con el Estado ni del Estado vinculado con las grandes empresas norteamericanas y respaldado por el gobierno norteamericano”.
Le va bien describirla, igual, a la escritora Elena Poniatowska. Célebres serán, con el paso del tiempo, los recientes pronunciamientos efectuados por la autora de La noche de Tlatelolco y recogidos en un despacho de AFP del 17 de noviembre. La octogenaria Premio Cervantes de Literatura se preguntaba ese día, en la conferencia de prensa reseñada por la agencia francesa, “cómo el país va a enfrentar al mundo después de eso (la masacre de los estudiantes), porque nos recuerda a los campos de concentración, nos recuerda la Segunda Guerra Mundial, la eliminación de seres humanos”.
“Que 43 jóvenes sean asesinados en esa forma -no solo asesinados, fueron quemados en un basurero, como basura, como si fueran mierda-, es una gran vergüenza, personalmente para mí y también para el país. (…) Lo que ha sucedido, además de tragedia, es un retroceso espantoso”, subrayó.
Pocas semanas antes, la cantante Julieta Venegas también tradujo con elocuencia el estado de cosas de su nación, en entrevista para EFE del 9 de octubre. En su respuesta a la agencia española la artista de 44 años, conocida por sus positivas posturas políticas del lado de las causas justas, señaló: “No es un miedo personal de qué me puede pasar a mí, sino qué está pasando con este país. Estamos en una especie de decadencia moral donde no hay límites de las cosas que pueden pasar y en este sentido sí me da miedo lo que pueda pasar, pero por todos. (…) Se está viviendo todos los días historias de pesadilla porque la violencia está ya en un nivel en el que no hay respeto por nadie, ya no hay respeto por absolutamente nada, la vida se trata de esta manera. No puede ser que esté ocurriendo lo que está ocurriendo. Estamos como descuidándonos. Somos un país muy grande y muy rico, pero hay muchos lugares que están completamente descuidados”.
De no estar ocupada promocionando sus loas a la evasión más burda, Thalía debería escuchar el último disco de Julieta, titulado Los momentos, varias de cuyas pistas van al punto neurálgico de la violencia y la barbarie en México. Pero no, la esposa del gordo ex presidente de Sony Music, Tommy Mottola, trabaja para los gringos y a estos no les conviene airear lo que ellos mismos se encargaron de fomentar al sur de la frontera. Como tantas alumnas de su escuela de obediencia, seguirá ignorando el asunto. Más político ni Kissinger.
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